Los automóviles son uno de los desarrollos tecnológicos más influyentes del siglo XX. Su impacto en la sociedad ha sido tal que los centros urbanos se configuran y planean en torno a sus calles y avenidas, privilegiando de este modo la movilidad en vehículos automotores sobre otros medios de transporte. Si bien la movilidad urbana ha sido radicalmente transformada por la adopción de esta tecnología, sobre todo cuando se considera la reducción del tiempo de traslados en condiciones favorables. El incremento exponencial del parque vehicular ha ocasionado, entre otras problemáticas, efectos nocivos al medio ambiente.

Lo anterior se debe a la expulsión de gases contaminantes derivados de la ignición de combustibles fósiles, ya que la combustión interna es la tecnología predominante en la motorización de los autos en la actualidad. Dichos gases contaminantes no son sólo responsables del deterioro de la calidad del aire en entornos urbanos, sino que también contribuyen de manera significativa al cambio climático.

Como potencial solución a dicha problemática, alrededor del mundo se ha promovido la movilidad eléctrica. Es decir, la sustitución gradual de vehículos de combustión interna por vehículos impulsados por motores eléctricos. Lo que se motiva debido a que estos últimos, por su naturaleza, no emiten residuos contaminantes durante su operación. Como consecuencia, se esperaría que las emisiones asociadas al sector transporte disminuyeran con el paso del tiempo. Sin embargo, ¿es este razonamiento adecuado?

Asumiendo un escenario (bastante) optimista, en el cual los motores eléctricos lograran posicionarse como la tecnología predominante en los próximos años, la reducción de emisiones en un entorno urbano se trasladaría a una mejora de la calidad del aire. Como consecuencia, se esperaría un impacto positivo en la salud pública, debido a una menor exposición a la contaminación atmosférica. Es decir, la movilidad eléctrica implica beneficios importantes a escala local.

Sin embargo, a pesar de una hipotética adopción masiva de la tecnología eléctrica, la reducción de emisiones a escala global resulta mucho más compleja y desafiante. Para comenzar, la manufactura de los automóviles eléctricos está asociada a procesos altamente contaminantes. La fabricación de baterías, por ejemplo, requiere de minerales escasos (cobalto, litio, magnesio) y cuyo proceso de extracción demanda grandes cantidades de recursos, como agua y combustibles fósiles. Es por ello que la producción de un automóvil eléctrico involucra una mayor cantidad de emisiones que su contraparte de combustión interna, llegando a ser hasta 80% mayores en el caso de los automotores electrificados.

Más preocupante aun es el hecho que la fuente de producción de la energía es determinante para lograr un nivel de emisiones cero y que, efectivamente, esta tecnología contribuya a contener el cambio climático. Por ejemplo, en el caso que la electricidad se produzca utilizando combustibles fósiles, lo único que se lograría es desplazar las emisiones geográficamente. Por lo que para que un automóvil eléctrico logre el efecto deseado, se debe asegurar que la producción de energía eléctrica provenga de fuentes libres de emisiones, como lo son las energías renovables. En este aspecto, se estima que a nivel mundial únicamente el 11% de la producción total de energía proviene de dichas fuentes, siendo una proporción aún menor en el caso de México.

En resumen, la adopción de los vehículos eléctricos, por sí misma, no asegura la sostenibilidad del sector transporte ni de los entornos urbanos; ya que otros factores, más allá de la elección de motorización, son determinantes para lograr una movilidad libre de emisiones.

Finalmente, se debe considerar que la movilidad sustentable en las ciudades, además de tecnologías más amigables con el ambiente, requiere de intervenciones que trastoquen el statu quo. Por ejemplo, una reconfiguración del paisaje urbano, la cual priorice a peatones y medios de transporte alternativos (bicicletas) y una regulación que privilegie los medios de transporte colectivos, aunada un transporte público seguro y eficiente, son medidas que se deben priorizar sobre la promoción de automóviles eléctricos (de uso privado), si lo que se busca es impulsar un desarrollo equitativo, incluyente y sostenible,  y no sólo la mejora de un simple indicador.

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