Fui de las niñas que tuvieron la fortuna de crecer en un entorno donde no existían los estereotipos de género. Mi familia estaba compuesta sólo por mujeres: mi mamá y 7 hermanas; además asistí a un colegio exclusivo de niñas. Por lo tanto, para mí no hubo roles acorde al género, ni actividades en casa, o juegos clasificados “para niños o niñas”; en mi entorno, simplemente había actividades que se necesitaban realizar o juegos que tenías la opción jugar para divertirte.

En casa, si se tenía que reparar algo o cambiar un neumático, lo hacía mi mamá; y para mis hermanas y para mí, nuestro universo de juegos no estaba limitado por estereotipos, y nuestras opciones iban más allá de jugar a las muñecas, por lo que nos divertíamos jugando a las canicas, futbol, o construyendo casitas en el árbol; lo importante para nosotras en ese momento era disfrutar nuestra infancia.

Por lo tanto, no me resultó algo extraordinario elegir -desde muy pequeña- estudiar una ingeniería; nunca fui consciente de que existía un constructo social y cultural que podía encaminarnos a realizar, o no, actividades para hombres o mujeres; mucho menos, esperaba que existiera la posibilidad de limitar mis aspiraciones y futuro profesional en las ingenierías por el hecho de ser mujer.

Al llegar a mis estudios profesionales, en un entorno plural y no exclusivo de mujeres, encontré que la realidad era muy diferente a lo que viví en mi infancia. Descubrí que en mi entorno universitario tenía pocas compañeras y que esto era porque existía (y aún existe) un arraigo de estereotipos de género en algunas profesiones. Aunque hemos cambiado como sociedad, aún hay un reto importante para romper con estos paradigmas y limitantes de género; por fortuna las nuevas generaciones son un poco más conscientes al respecto.

Actualmente como profesora de la Escuela de Ingeniería y Ciencias, me sigue sorprendiendo la disparidad de género presente en las aulas. Si bien existe un avance significativo respecto a la presencia de mujeres en esta área del conocimiento, todavía se percibe una brecha importante respecto a la formación profesional en las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).

Según los datos presentados por ANUIES (Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior), en el año 2023 el 56% del total de estudiantes matriculados en universidades en México, son mujeres; sin embargo, en STEM el 70% son hombres y el 30% mujeres. En el año 1921 fue la primera vez que las mujeres se matricularon a una ingeniería en México y la primera mujer que terminó sus estudios en ingeniería fue Concepción Mendizábal en el año 1927.

Soy consciente de que la inclusión de la mujer en STEM es algo que preocupa a la sociedad; por lo que, gobierno, empresas e instituciones educativas buscan incrementar la presencia de las mujeres en STEM, mediante programas especiales, políticas de inclusión y becas enfocadas a ellas para permitir su inclusión, no sólo por una justicia social, sino por la importancia de estos temas en el desarrollo de nuestro país y el papel que desempeñan las mujeres, quienes muchas veces son protagonistas de importantes descubrimientos científicos y avances tecnológicos.

El Tecnológico de Monterrey es una institución educativa que ha promovido y promueve la importancia de la mujer en las ingenierías; como datos relevantes, el Tec graduó a la primera mujer en ingeniería en nuestro país a los cuatro años de su fundación, y es la primera universidad en América Latina en incluir el término de Ingeniera en sus títulos profesionales.

Actualmente el Tec impulsa la inclusión de las mujeres en STEM a través de diversas iniciativas como: Ingenia, Grupo Enlace y Género, Patrones hermosos, Women mentoring in STEM, Innovation & Entrepreneurship, Mentoring Pepsico, entre otras.

Al analizar el entorno desde mi experiencia, considero que aún hay mucho por hacer para visibilizar a las mujeres en STEM, no basta con generar una educación inclusiva y políticas que promuevan la equidad; hay que romper los constructos sociales y culturales, donde mujeres tengan igualdad de oportunidad profesional en la ciencia y la tecnología, una sociedad donde las personas independientemente de su género puedan tener la libertad de aportar su creatividad, conocimiento y perspectivas en la industria, contribuyendo al progreso tecnológico y científico de nuestro país.

Han pasado 100 años desde que las mujeres empezaron a prepararse en áreas STEM en México, y es un orgullo que hoy podemos hablar de la primera mujer mexicana en viajar al espacio o de la primera mujer mexicana en liderar un equipo de la Fórmula 1. Sin embargo, siguen siendo pocas las mujeres en puestos estratégicos del área STEM.

Por lo que, considero importante seguir trabajando en romper ese techo de cristal, ese obstáculo invisible que limita el avance de las mujeres en puestos de liderazgo. Se necesitan referentes femeninos para que nuestras niñas y jóvenes se motiven y rompan sus miedos al elegir una profesión STEM, que lleve a construir un México más equitativo, donde se pueda aprovechar el gran talento femenino en estas áreas críticas para el desarrollo de nuestro país.

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