Unos meses después de la resaca electoral, parece que el tema de la violencia política que enfrentan las mujeres candidatas es un tema cerrado. Sin embargo, la violencia contra las mujeres no es una llave que se abre y se derrama en el campo político en tiempos electorales y en las semanas posteriores en las que se resuelven conflictos e impugnaciones. Es en cambio un problema estructural que le da forma a la política de manera permanente, que condiciona las relaciones que se establecen en su interior y que determina los alcances de aquellas que logran entrar a este espacio masculinizado, en sí mismo violento.

Si bien es cierto que los procesos electorales agravan estas situaciones, las mujeres en la política son afectadas por un conjunto de violencias más allá de esta coyuntura; por ser mujeres, porque “así es la política” o porque participar en esas ligas es un atrevimiento que se paga siempre.

En Noria Research México y Centroamérica, AC, a partir de un conjunto de entrevistas cualitativas, documentamos las violencias que enfrentan las mujeres que osan participar del campo político en Puebla. Además, exploramos los mecanismos con los que ellas y sus equipos se protegen de esas violencias, así como la forma en la que conciben su estar en estos territorios hostiles y propios de guerreras. A reserva de que los resultados completos serán presentados en el marco del Día de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres en el Tecnológico de Monterrey, vale la pena repasar algunos de los principales hallazgos.

Aunque la narrativa común apunta, casi irreflexivamente, a que el crimen organizado es el principal perpetrador de violencia política, nuestro trabajo muestra que la fuente más recurrente de violencias son los propios partidos políticos. La definición de candidaturas es un proceso que conlleva violencias tan diversas como los atentados a la reputación de algunas aspirantes, o la instrumentalización de las mujeres, a las que ven como “tripulables”, es decir, vehículos vacíos que puede conducir un piloto (hombre) experto. Paradójicamente, la política de paridad total, lograda después de años de lucha de muchas mujeres, en este contexto se convierte en un mecanismo de “uso” de las mujeres, de explotación de sus cuerpos pues, cuando “toca mujer” para llenar una candidatura, los partidos solo buscan una composición biológica, de modo que una y otra da lo mismo. ¿Las ideas? ¿Los principios? Poco importan, pues asumen que sólo serán naves inofensivas a las que se puede manejar.

Desde luego, las candidatas dan sorpresas, quieren tomar decisiones, hacer sus propias campañas y, entonces, se hacen acreedoras a otras violencias desde las estructuras partidistas. Ese patrón se repite después, cuando ganan un puesto pues, como dicen nuestras entrevistadas, ejercer el poder requiere valentía, arrojo y una dosis de masculinización: jugar el juego, comprender las reglas, adaptarse o aguantarse.

El reporte también da cuenta de cómo las propias mujeres explican la necesidad de abrir más espacios para nosotras, pero sin romper con el mandato femenino que los políticos esperan de nosotras cuando nos “conceden” unas cuantas parcelas de poder. Y es que hay que ser “la columna vertebral de la familia”, las cuidadoras sensibles, las madres de la patria, las emotivas que son capaces de desempeñar múltiples actividades, la mayoría no pagadas.

Finalmente, revisamos los mecanismos formales e informales de protección, los cuales muestran que las soluciones que brinda el Estado son insuficientes, poco recurridas y, en cambio, se sustituyen por prácticas de autocontención, contratación de actores privados, equipos de campaña inexpertos y la sororidad de las otras con quienes comparten la arena política.

La violencia política contra mujeres no es un fenómeno trianual o sexenal, es una amenaza constante que supone riesgos antes, durante y después de cada contienda. Se trata pues, de un tema cuyo análisis y reflexión no puede ni debe limitarse a la temporada electoral, sino que debe ocuparnos de manera permanente.

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