Afirmar que la Economía evoluciona puede tener sus peligros, pues no sería difícil desatinar al pensar que esta es una suerte de entidad metafísica que se despliega por sí misma, sin tener fines a priori y al menos planteados en cierto sentido, y que desenvuelve sus extensiones circundándolo todo y al hacer esto, cual Rey Midas, torna en oro lo que estas tocan.

Vaya falacia y peligro creer esto último, pero vayamos por partes.

Un concepto que en los últimos años ha cobrado mayor fuerza y alcance, es el de la Economía Naranja, que es aquella economía que cobija a todas las actividades que implican el ejercicio de la creatividad, la cultura, el talento y a las “(..) diferentes maneras de monetizarlo a través de la tradición de actividades culturales como son: El teatro, la danza, literatura, arte, videojuego, entre otros.” (González & Annayeskha, 2020)

Esta Economía creativa, llamada Economía Naranja por Buitrago y Duque (2013), abre un gran espectro para el debate sobre si, todo lo que humanamente hacemos en términos creativos es mercantilizable. De lo anteriormente señalado considero se pueden desprender al menos dos grandes preguntas. La primera, ¿será que hablar de economía naranja nos resultará menos cuestionable que hablar de economía creativa? Pues solemos asociar la creatividad con libertad, con el despliegue de esta sin sujetarse a limitaciones o subordinaciones que la estrechen, y que consecuentemente, a que la creatividad transite y genere sus resultados sin verse restringida o sujetada a ninguna atadura, y mucho menos, a aquellas que estén vinculadas a las cuestiones de carácter económico.

Y la otra, ¿la creatividad tiene color? Pues vaya “explicación” de lo más arbitraria que los ya mencionados Buitrago y Duque (2013) nos comparten en su texto “La Economía Naranja. Una oportunidad infinita”.

Y, perdón, pero me ha surgido una tercera pregunta. Tradicionalmente hemos mercantilizado ciertos resultados de los procesos creativos, pero los que ahora pretende incluir la Economía Naranja, ¿no implicarían una exacerbada ambición por

monetizar aquello que otrora no se veía sujeto a estas dinámicas económicas? Dejaría a quien lectura dé a estas líneas la tarea de pensar casos concretos que pudieran ejemplificar aquello a lo que hemos hecho alusión. Baste decir que en palabras de Buitrago y Duque (2013) la Economía Naranja “(…) representa una riqueza basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región.” Considero que desde la región, entiéndase la mal llamada Latinoamérica, deberíamos sacudirnos ciertos estigmas y tradiciones en el sentido de hacernos ver para el resto del mundo como culturas de lo “excéntrico”, o como una de las múltiples “curiosidades” planetarias. Esto último lo señalamos a propó de la “herencia cultural de nuestra región”.

Cifras de muchos ceros se pueden leer en cualquier artículo o reporte cuya temática central sea la Economía Naranja, pretendiendo con ello, fijar la atención en el cómo este tipo de industria, algunas ya consolidadas como la del cine o la televisión, y otras más jóvenes, podrían venir a sumar y a resultar en la panacea ante las carencias económicas de la región. Otra falacia es esta, pues la generación de riqueza no implica que dicha bonanza económica sea debidamente distribuida, y eso considero, lo tenemos muy claro.

Sean estas breves líneas punto de partida para aperturar la discusión sobre este concepto que desde nuestra óptica, tiene aristas que pueden resultar sumamente cuestionables, como la de considerar el patrimonio cultural (particularmente el inmaterial) una fuente de explotación económica que devenga en la trivialización de prácticas tradicionales, cuyo sentido prístino guarda una distancia considerable entre su génesis y el cómo se las pueda representar bajo la consigna económica. No estoy en desacuerdo con buscar el bienestar económico, ni mucho menos, pero sí con los canales para encontrar este, y que en ocasiones, pasan por alto aspectos de mayor relevancia en la escala axiológica existencial.

Abramos la discusión.

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