No, definitivamente no. El pensamiento crítico aparece como un elemento curricular fundamental en los planes y programas de estudio en la Nueva Escuela Mexicana (NEM); es uno de los siete ejes articuladores, lo que lo coloca en el mismo nivel de importancia que la inclusión, la interculturalidad crítica, las artes y experiencias estéticas, la igualdad de género, la vida saludable y, la apropiación cultural a través de la lectura y la escritura. Un supuesto subyacente es que el funcionamiento de estos ejes confiere cierta integración flexible y transversal a las actividades de aprendizaje que en mucho depende de la autonomía de los docentes al diseñar su asignatura (harina de otro costal).

Sin embargo, el desarrollo intencionado del pensamiento crítico ha estado presente desde tiempos remotos, yo digo que desde que el ser humano empezó a formalizar procesos educativos, por describirlo de alguna manera. Claro, en época más reciente de la educación en México, con el enfoque por competencias, parece que se difuminó o más bien, quedó en otro plano, al concebir las competencias como desempeños complejos en que se ponen en juego, de manera integrada, conocimientos, habilidades, actitudes y valores al realizar una tarea compleja.

Precisamente en el conjunto de elementos que se movilizan quedaron las habilidades, y en ellas, las de pensamiento de orden superior, como el pensamiento crítico. Lo que tampoco significa que hayan permanecido en todas las instituciones educativas una serie de estrategias de aprendizaje muy dirigidas al desarrollo de este tipo de pensamiento.

Pero cuáles son las posibles razones por las cuales el pensamiento crítico emergió como un eje articulador, formulo algunas ideas como hipótesis plausibles a partir de un brevísimo análisis teórico desde dos visiones y después desde un planteamiento que intento sea más pragmático.

Primero, la concepción de Richard Paul, más cerca de un modelo clásico, que asume el pensamiento crítico como un tipo de pensamiento reflexivo que nos es útil para decidir en qué creer o qué hacer. Las habilidades involucradas se relacionan con emitir juicios sobre posibles contradicciones, ambigüedades y validez de las declaraciones, entre otros atributos de las ideas, más o menos elaboradas, desde luego con un enfoque desde la lógica formal.

En sentido progresivo hay una segunda visión, integrada por David Jonassen, en que incorpora el diálogo de habilidades de pensamiento lógico con el pensamiento creativo, que es más abierto y flexible, de tal manera que se adicionan atributos como habilidades de pensamiento no algorítmico, más complejo, que involucra múltiples soluciones, en las que se incorporan matices en la elaboración de juicios e interpretaciones.

Desde mi experiencia, es fundamental desarrollar habilidades de pensamiento con ambos enfoques, reconociendo los aportes de cada uno en la formación de pensamiento científico en el más amplio sentido, lo que significa reconocer las emociones que están involucradas, los momentos eureka y la combinación de razonamiento deductivo-inductivo, que conforman un tipo de pensamiento innovador que combina divergencia y convergencia de ideas.

Por otro lado, desde el enfoque más centrado en la lógica formal, aplicado a la educación, hay que favorecer el desarrollo de posturas políticas fundamentadas, esto es, con argumentos bien formados y no únicamente más floridos, aludiendo a Antony Weston, autor de “Las claves de la argumentación”, pues al juzgar propuestas y declaraciones podemos decidir en qué o quién creer.

El desarrollo de habilidades de pensamiento crítico no ha muerto, se cultiva en las escuelas, en los medios que fomentan la opinión pública y en los círculos cotidianos. La construcción de sociedades más justas requiere el involucramiento explícito del pensamiento que nos lleva a tomar decisiones con base en razones, que pedimos y que ofrecemos. Y aludo nuevamente a Weston “no es ningún error tener opiniones contundentes. El error es no tener nada más”.

Google News