En el marco del día internacional de la educación retomo un par de reflexiones que se produjeron en el 1er Ciclo de Cine en Educación realizado por el Campo Estratégico en Modelos y Políticas Educativas (CEAMOPE) de la Ibero Puebla. En este espacio de diálogo, se desprendieron algunas interrogantes derivadas de las películas que se proyectaron: “Ni uno menos” (1999), del director chino ,“Estrellas en la tierra” (2007), película hindú de los directores y y, “Un trabajo en serio” (2023) del director francés . Algunas de las resonancias fueron: ¿qué pierde la sociedad sin escuelas? ¿qué implica sostener un grupo? ¿cómo acompañar y cuidar a nuestros estudiantes? ¿puede la escuela ser un espacio de hospitalidad? ¿como docentes qué tanto estamos dispuestos a reconocer nuestra falibilidad? ¿qué hace a un docente un buen docente? ¿qué estás dispuesto a hacer por tus estudiantes?

Esta última pregunta se quedó instalada en la reflexión de las asistentes al ciclo de cine y en el día internacional de la educación nos sigue invitando a pensarla. Comparto tres elementos que me parecen clave en la relación educativa y que de alguna forma se hicieron presentes en las películas mencionadas: la importancia de acompañar vidas, el valor de probar y la disposición a reconocer que somos falibles.

Acompañar vidas es una aventura, la aventura de lo otro, lo incierto, lo desconocido. La docencia es aventurarse a acompañar desde lo que va aconteciendo, es avanzar “junto con” sin saber bien con qué nos vamos a encontrar. Las aventuras siempre contienen desafíos, hay que tomar decisiones, elegir y priorizar, por eso se hace necesario andar sin expectativas que cumplir para estar alerta de lo que se presente. Acompañar es un ejercicio que implica el valor de soltar, dejar ir y al mismo tiempo la fuerza y convicción para insistir, permanecer, sostener. Acompañar es un decir “sigo a tu lado”, “aquí estoy”; requiere de la claridad para elegir lo que nos hace bien, lo que nos permite madurar, sanar. Va de la mano de la delicadeza y la ternura para aceptarse y conocerse en las fortalezas y las debilidades. Acompañar vidas es una experiencia que transita entre el trabajar para cada quien y el trabajar para todos. Es asumir el desafío de ver desde una panorámica integral y al mismo tiempo considerar la singularidad. Es un modo de mantener el lazo, la unión, pero también es ayudar a desanudar lo que constriñe y mantiene en el mismo lugar. En el acompañamiento hay una disposición a compartir el trayecto, pues la/el docente no acerca las cosas a sus estudiantes, sino que lo acompaña hasta donde están.

Por su parte, el valor de probar es un tipo de operación que apertura al sujeto a un hacer, es un intentar, un abrirse. Masshelein y Simmons (2014) hablan de tres tipos de probar. El primero, se trata de una invitación a que las y los estudiantes superen una resistencia, se acorte la distancia entre algo que no me apetece, interesa o llama la atención. Consiste en un tiempo y espacio para la libertad de enfrentarse a eso que está ahí, ya sea un objeto, una materia, una lectura o una relación con el saber. El segundo sentido tiene que ver con acercarse a algo por segunda vez, tercera o cuarta vez, tratar las veces que sea necesario. Esta forma del probar está asociada a la igualdad, pues abre la oportunidad de volver a hacerlo, de que las y los estudiantes se den cuenta que no hay un único modo de proceder sobre algo. Cuando se intenta de nuevo el estudiante se asume como alguien que es capaz de aprender. Y el tercer sentido del probar es “prueba esto”. En esta operación se proporcionan al estudiante opciones distintas para que se interese por algo que en un primer momento no le interpeló; con esta donación y puesta en común se abre la esfera de interés, se amplían los repertorios. Es un modo del probar que expande posibilidades, que reconoce que los ritmos se van logrando a partir de una práctica sostenida en el tiempo.

Por último, reconocer que somos falibles implica aceptar la condición de seres inacabados, vulnerables, finitos, que se equivocan, fallan, se confunden, no saben y no pueden todo. Esa vulnerabilidad parece algo que hay que esconder, pero es la que nos ayuda a detenernos, a poner un freno y volver hacia los pasos dados, a revisar la propia práctica, las palabras dichas o no dichas para reflexionar sobre ellas. Saberse frágiles nos obliga a apoyarnos en los otros, a sostenernos con los de al lado y advertir que la docencia es un ejercicio colectivo.

Estas son solo algunas ideas de lo que sigue latiendo, pero les invito a sumar reflexiones considerando que aquello que hacemos por otros resuena y conmueve nuestra propia existencia.

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