El oído es uno de los sentidos que más utilizamos para poder dar una interpretación y sentido a la realidad y entorno. En la época prehistórica, lo sonidos fueron una herramienta de supervivencia básica, la imitación de los animales y fenómenos naturales comenzaron a ser la base de los fonemas que estructuran a lo que denominamos lenguaje. En otras palabras, el desarrollo de la humanidad ha estado bajo y con la sutiliza de diversos sonidos que lo han acompañado e impulsado en diferentes momentos.
Es decir, lo que escuchamos tiene gran repercusión en nuestro cuerpo y mente, su importancia es tal que tiene efectos conscientes e inconsciente que quedan como recuerdos emotivos, creando una memoria sensorial auditiva que marca momentos. Koelsch, S. neurocientífico que profundiza sobre la relación ente el cerebro y la música dice que: “La música es realmente un lenguaje universal en el que personas de culturas diferentes reaccionan de igual manera. Nuestros cerebros son musicales por naturaleza y todos los órganos del cuerpo, al igual que las hormonas reaccionan a la música” (2012). Estas afirmaciones son el resultado de diversos estudios de campo y análisis en diferentes situaciones sobre cómo responde el cerebro a los estímulos musicales, específicamente a la melodía y el ritmo.
Durante el día a día estar atento sobre todo lo que escuchamos resulta complicado y hasta imposible, identificar todos los sonidos que nos acompañan sería algo cansado y tedioso, no obstante, nuestro cerebro está al pendiente de todos estos fenómenos sonoros en un segundo plano para poder reaccionar cuando algo lo conmueva. De cierta manera, podemos decir que nuestro cerebro va a aprendiendo a escuchar y sobre todo a interpretar esos sonidos en emociones que nos impactan. Seguramente podemos recordar algún momento en el cuál una canción o una voz que inesperadamente escuchamos nos invita a revivir un suceso y dejarnos sumergir por la experiencia emocional que estos nos provocan. Este fenómeno es algo que acontece al humano, incluso sin ser consciente de lo que escucha, ya que la memoria sonora vibra desde el exterior hasta el interior, creando así, sentido a la música y sonidos que nos rodean.
Podrías pensar en este momento que la voz o el hablar en realidad no es música, sino más bien una expresión humana, pero más allá de eso ¿Por qué tratar como sinónimos a la música y a la voz? Justamente es porque los tonos que utilizamos para hablar con ternura, firmeza, dolor, exaltación utilizan diferentes alturas y vibraciones que nuestro cerebro reconoce dentro del patrón de la música y le asocia una emoción. Incluso, si desconocemos el lenguaje, es decir si vemos alguna película o canción en otro idioma, se puede deducir la emoción únicamente por las tonalidades y expresiones de voz que se ocupan. Esta riqueza del ser humano por dar sentido y aprender de algo invisible como las ondas sonoras, es una experiencia sobre la cuál vale la pena reflexionar.
Al darnos cuenta de que todo lo que escuchamos tiene un efecto implícito en nosotros, debemos entonces asumir esa responsabilidad de atender a quienes nos hablan, para que además de entender sus palabras podamos escuchar la música de su corazón expresado en sus tonos. Tal vez, es algo que sucede tan rápido y cotidianamente que en pocas ocasiones nos permitimos a deteneros y preguntarnos ¿Qué es lo que dice esa canción? ¿Por qué esos sonidos me provocan esta emoción? Disfrutar de nuestra pieza musical favorita, hablar con las personas que queremos, caminar por los lugares que nos dan tranquilidad, son ejemplos de situaciones donde los sonidos promueven el goce de los momentos, al igual que pueden llevarnos a estos estados de ánimo pueden provocar otros como: el dolor, la angustia y la ansiedad.
La relevancia de hacer consciente de como la música nos afecta naturalmente es justamente reconocer la energía y efecto que tiene sobre nosotros, por lo que podemos aprender a identificar que sonidos queremos que queden en nuestra biblioteca sensible. Es una manera de ampliar nuestro vocabulario auditivo para que nuestro oído tenga un filtró crítico sobre de dónde y por qué atender a lo que escucho para cuidar de uno y de los que nos rodean desde los tonos y sonidos que creamos.
Referencia:
Koelsh, S. (2012). Brain and Music. Willey-Blackwell.