El 24 de octubre pasado concluyó la reunión de los países que conforman el grupo conocido como BRICS, acrónimo que hace referencia los nombres de sus integrantes originales Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica, aunque esté último se sumó dos años después de la primera reunión en 2009. Cuando hablamos de los BRICS no nos estamos refiriendo a una organización sino a un grupo de países a los que el economista Jim O’Neill vinculó a partir de ciertas características como el rápido crecimiento económico que habían experimentado en la primera década del siglo XXI, la disponibilidad de recursos naturales y su estructura demográfica que aseguraba una fuerza laboral a mediano plazo. Se trata pues, de un grupo de economías emergentes que buscaban fomentar el diálogo y la cooperación al margen de las instituciones del sistema internacional dominado por Estados Unidos y sus aliados.

Desde el inicio, los BRICS retaron el acomodo internacional y comenzaron con el sistema financiero ya que una de las primeras propuestas fue buscar una divisa de reserva diferente al dólar. A 15 años de la primera reunión, Vladimir Putin, anfitrión de la reunión del mes pasado en Kazan, retomó el tema e insistió en que se debe considerar el pago en monedas nacionales para frenar así el uso de instrumentos económicos con fines políticos. Claro está que tal declaración atiende sobre todo a las preocupaciones muy particulares de Rusia que buscar sortear las limitaciones impuestas por los países de Occidente al excluir a Rusia del sistema de pagos internacional SWIFT.

Dentro de los BRICS mucho ha cambiado, ahora son 10 países miembros al sumarse en enero de 2024 Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, por otro ya comenzaron a reformular el sistema financiero internacional a través del Nuevo Banco del Desarrollo (NBD) que inició operaciones en 2015.

Los BRICS nombraron a su banco “nuevo” porque busca hacer las cosas de manera diferente, por ejemplo, acelerando la valoración de los proyectos sometidos para préstamos. A diferencia de otros bancos de desarrollo que se toman entre 2 y 3 años en el análisis, el NBD promete tener una respuesta en máximo seis meses. Sumado a ello, el NBD se precia de eliminar la imposición de condiciones, algo muy común en el caso de los préstamos que provienen de las entidades tradicionales. Vale recordar que en México sufrimos en carne propia esta injerencia cuando durante la crisis de la deuda en los años ochenta del siglo pasado, tuvimos que apegarnos a lo dictado por el Consenso de Washington a cambio de recibir los préstamos. En el caso del NBD, los préstamos se asignan en función de “estándares nacionales”.

Aunque prometedor, al NBD le queda mucho camino que recorrer pues deberá demostrar su capacidad para operar como una alternativa eficiente que mantenga la integridad y sostenibilidad financiera de sus proyectos. La eliminación de condiciones en los préstamos podría atraer a más países, pero también plantea interrogantes sobre la supervisión y control de los recursos asignados.

A pesar de estos avances, el futuro de los BRICS es incierto pues, aunque todos los miembros apuntan a consolidar al grupo como una alternativa frente a predominio de las instituciones dominadas por las potencias de Occidente, los intereses específicos de los miembros podrían mostrarse como incompatibles. China intenta a través de esta plataforma, expandir su Iniciativa de la Franja y la Ruta conocida como la “nueva ruta de la seda” a lo cual se resisten tanto India y recientemente Brasil. Rusia trata de usar a los BRICS como la alianza antihegemónica frente a la Estados Unidos y la OTAN y aunque de manera parcial Putin logró demostrar que no está tan aislado, ninguno de los miembros de los BRICS salvo el caso de Irán, se ha atrevido a respaldar de manera abierta a Rusia en el conflicto con Ucrania.

La expansión del grupo introduce nuevas dinámicas ya que añaden nuevos intereses y agendas políticas. Esto podría potencialmente enriquecer el diálogo multilateral pero también presentar mayores retos para lograr consenso en temas críticos. Es evidente que en el grupo se combinan diferentes formas de gobierno no del todo compatibles ya que coexisten monarquías, democracias y regímenes abiertamente autoritarios.

Finalmente, es difícil considerar a los BRICS como un grupo cohesionado cuando se revisa la manera en la que sus integrantes actúan en otros contextos multilaterales por ejemplo en la Organización de Naciones Unidas. Mientras que todos están a favor de una reforma en la estructura de esa institución internacional, Rusia y China miembros permanentes en el Consejo de Seguridad, abogan por aumentar el número de miembros en esa instancia, pero se oponen a eliminar el privilegio del veto con el que cuentan.

En resumen, el futuro de los BRICS dependerá de su capacidad para navegar las diferencias internas, responder a las presiones externas y encontrar un equilibrio que permita avanzar en sus objetivos comunes sin sacrificar la autonomía e intereses nacionales de sus miembros.

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