Miles de estudiantes egresan cada año de la educación superior, pero pocos sienten plenitud ejerciendo su profesión
Muy pocos se atreverían a decir que la educación es absurda, inútil o innecesaria, hay quien critica su finalidad por orientarse a la formación de mano de obra calificada, otros ponen en tela de juicio su calidad, pues sabemos que la educación como negocio tiene un estilo clientelar que privilegia la cantidad y sacrifica en detrimento la calidad. México tiene más de cinco mil universidades en diferentes modalidades y subsistemas, y Puebla es uno de los estados con más universidades a nivel nacional1, en 2022 estaba en tercer lugar de los estados con más universidades del país. Ante un esfuerzo tan monumental que implica una cuantiosa inversión de recursos, infraestructura y personal, ¿por qué tantos estudiantes parecen despreciar y mostrarse indiferentes ante un bien que cuesta tanto a las familias y al Estado procurar?
En un país con casi 130 millones de personas, más de la cuarta parte engrosa las filas de la educación formal, en el ciclo escolar 2023-20242 había más de 24 millones de personas en educación básica. Según datos del INEGI3 en 2022 más de 5.3 millones estaban en educación media y de acuerdo con SIIES4 (Sistema Integrado de Información de la Educación Superior) en el mismo año, 5.6 millones cursaban alguna licenciatura o posgrados. Es evidente que la educación es relevante en la agenda política, económica y social y que su incidencia en la cultura es innegable, sin embargo, hay datos preocupantes que se contraponen al sentido común y lo que podría inferirse a simple vista a partir de estos datos.
Por ejemplo, nuestros resultados en pruebas estandarizadas como PISA en 2022, ocuparon las primeras planas de algunos medios de comunicación por el bajo nivel educativo que evidenció el bajo desempeño de nuestros jóvenes de 15 años que en Comprensión Lectora, Matemáticas y Ciencias tuvieron resultados preocupantes. México ocupó la posición 51 de 81 países que evaluaron. Sólo uno de cada tres estudiantes logró realizar operaciones matemáticas simples, casi el 50% de los jóvenes evaluados no comprende lo que lee y tuvieron los resultados más bajos en ciencias, lo que nos sitúa por debajo de la media a nivel internacional.
Este contexto complejo no debe ser desalentador, sino una invitación a profundizar en los aspectos que provocan que algo tan importante se tome con tanta superficialidad e indiferencia. Los distintos actores sociales como las familias, los docentes, las instituciones, el sector público y privado, deben cerrar filas y buscar, desde sus espacios, la manera de promover y procurar que la educación se viva como un agente posibilitador de la transformación personal y colectiva para cambiar las estructuras que autorizan la injusticia, pues la educación debe ser transformadora y debe tener un componente de incidencia social, especialmente para que aquellas personas privilegiadas, que tienen la oportunidad de estudiar y prepararse, incidan en su realidad a través de una praxis comprometida con los sufrimientos y esperanzas de los pueblos, como apuntaba Martín Baró.
Es posible que en un mundo que durante décadas ha perfeccionado los mecanismos para promover el individualismo, el consumo y los valores que privilegian el cuidado personal sobre el cuidado comunitario, las personas vean en la escuela más una oportunidad de prepararse para ganar y no para servir, es decir, esta idea de “carrera” como una competencia y no como una vocación. Podemos pensar que hay una idiosincrasia, un aspecto cultural, un rasgo de carácter o una tendencia heredada que lleva a ver la educación como un mero trámite o un rito de paso y que eso provoque la desgana con que se va a la escuela, que no ayuda a construir un proyecto de vida, sino a vivir una vida que ya está trazada por alguien más y eso desanima y confunde.
Para convertir la crisis en oportunidad debemos cambiar el enfoque y poner más énfasis en la escuela como ese espacio de encuentro con uno mismo y con los otros, con lo distinto, partir del autoconocimiento y ayudar a los jóvenes a descubrir sus talentos y la vocación como posibilidad de combatir la alienación personal y la opresión social, para ser más libres y auténticos.