¿Por qué sería importante reivindicar el tiempo de juego en el espacio escolar, en un contexto como el nuestro? Me permito presentar algunas cifras: según la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Mujeres (ENIM, 2015), organizada por el Instituto Nacional de Salud Pública y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)1, la violencia contra niñas, niños y adolescentes ocurre en varios ámbitos: en el hogar, la escuela, su comunidad, y diversas instituciones. Hay evidencia que muestra que los adultos encargados están prohibiendo cada vez más a niños, niñas y adolescentes (NNA) salir solos a la calle. Por ejemplo, en 2010 el porcentaje de adultos que no los dejó salir del hogar sin supervisión fue de 57.3%; mientras que para 2016 esta cifra aumentó a 70.5%. Esto representa un incremento de 23% en seis años. Esta situación se vive con mayor intensidad en ciudades como Tapachula (Chiapas), Nuevo Laredo y Reynosa (Tamaulipas), La Paz (Baja California Sur), Coatzacoalcos (Veracruz) y Toluca (Estado de México). Evidentemente, una de las razones para no permitir la actividad lúdica en las calles, es la impresión de “peligrosidad” que estos espacios representan en el imaginario de padres, madres y tutores.

Las cifras sobre violencias en entornos escolares, también son reveladoras: según el Informe anual 2018 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el 63% de los NNA de entre 1 y 14 años de edad ha sufrido violencia; 8 de cada 10 agresiones contra niñas, niños y adolescentes de entre 10 y 17 años suceden en la escuela y la vía pública; 1 de cada 2 niños y niñas ha sufrido golpes, patadas y puñetazos en su escuela. Entre las principales formas de agresión se encuentran: golpes, patadas, puñetazos (56%) y agresiones verbales (44%).

La forma más extrema y evidente de observar hasta qué punto las violencias estructurales han permeado a las infancias, es en sus prácticas lúdicas. Encontramos algunos ejemplos “cotidianos” en notas periodísticas: En octubre de 2018 y en junio de 2019, circularon algunos videos de niños y niñas “jugando” a los sicarios en Tepito2. En el primero se ven a niños jugando a secuestrar y decapitar a dos niñas, mientras uno más hace que la otra niña camine con las manos hacia atrás, sometida ante el secuestro; en el segundo, un niño simula que usa un arma y con ella apunta a la cabeza de otras menores.

En Zacatecas3, en una escuela primaria, apareció la siguiente leyenda en el baño: “somos los zetas y ya estamos aquí” misma que anunciaba un juego entre estudiantes de sexto grado: “al sonar el timbre del recreo, a las 11:30 horas, todos se pertrechaban en el baño. De sus mochilas sacaban pasamontañas negros, guantes de tela y pistolas de perdigones de plástico. Una vez disfrazados de Zetas, entraban a algunos de los salones vacíos y en los pizarrones pintaban leyendas que, al reanudarse las clases, leían todos los alumnos y las maestras con asombro: ‘Arriba Los Zetas’. Así lo hicieron tres días seguidos”. El niño que coordinaba el juego, se hacía llamar “el chapo”, y orquestaba la vigilancia del patio escolar desde distintos puntos estratégicos. Usaban pistolas de balines que aventaban a las y los compañeros que se atravesaban en su camino.

Abundan ejemplos de este tipo en la literatura periodística y en la literatura especializada en investigación educativa ¿Podemos, a través de actividades lúdicas, fomentar el lazo escolar, los afectos, retejer vínculos, y generar proximidades colaborativas? Considero importante reivindicar la actividad lúdica libre de la vigilancia adulta (tal como lo plantea el pedagogo italiano Francesco Tonucci), tanto como generar ambientes intencionados de juego donde puedan ser encauzadas las pulsiones infantiles bajo propósitos constructivos.

Si las estadísticas evidencian que en esos diversos espacios que habitan las infancias puede haber prácticas de agresión, la escuela tendría que ser uno de esos sitios de acogida hospitalaria, donde NNA puedan coexistir en la construcción de un proyecto colectivo de convivencia afectiva. Instaurar constantes prohibiciones alrededor de la práctica de esparcimiento, lúdica, y deportiva, puede generar malestares diversos y desbordes de esos cuerpos indóciles que demandan poder moverse, correr, saltar y poner a prueba sus propias destrezas.

En el documento “Subjetivación de las lógicas pandémicas en las niñas y los niños”4 (disponible en la página de Concytep), como equipo de incidencia ponemos a disposición de docentes y madres/padres/tutores una serie de actividades lúdicas cuyo propósito es fomentar la confianza colectiva, la proximidad, la imaginación y la exploración de las habilidades del cuerpo. Es un insumo que puede ser útil en este regreso a clases. Defendemos ahí la posibilidad del vínculo “cara a cara” frente a las diversas modalidades virtualizadas que cada vez nos separan más.

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