La primera vez que conocí a una persona nacida en un país del norte de Centroamérica intentando cruzar clandestinamente la frontera México-Estados quizá fue entre 2007 y 2009. Recuerdo que era un joven salvadoreño que miraba fijamente hacia la bahía de San Diego. Viajaba solo. Su mirada, desde la parte más alta de un cañón próximo a Playas de Tijuana, pasaba por encima del entonces muro fronterizo, de un rojo opaco y lámina que se decía había sido rehusado luego de la Operación Tormenta del Desierto. En ese entonces muy poco o nada se hablaba sobre las desapariciones de migrantes ni del trabajo en red en México.
De lo que sí recuerdo que se comenzaba a hablar era del inicio de la Guerra contra las Drogas, del secuestro y de las muertes de migrantes en el cruce de la frontera norte mexicana. También recuerdo con claridad que fue en 2006 la primera vez que vi al Ejército Mexicano patrullar calles con frecuencia haciendo lo que parecían labores de seguridad pública en Tijuana. Al año siguiente, mientras visité Morelia para avanzar en mi trabajo de investigación de maestría, conocí por primera vez el drama de la separación familiar y la repatriación de cadáveres. Un joven universitario michoacano me contaba que iría a Arizona para traer a su madre convaleciente e indocumentada desde su lecho de muerte en un hospital que no podrían pagar.
Desde al menos 2008 también comenzaban a conocerse cada más denuncias e informes sobre las extorsiones y secuestros de migrantes de México y otros países, principalmente de Guatemala, El Salvador y Honduras. Fue en un municipio periférico de Tlaxcala, entre 2012 y 2013, cuando las personas de una comunidad me llevaron a conocer a una mujer que buscaba a su hija pues había desaparecido por varios meses al intentar cruzar a Estados Unidos por el desierto de Sonora. La joven desaparecida en la frontera también era madre, había dejado a su hija, una niña con menos de 5 años encargada con la abuela. El caso de esta familia ha sido uno de los más duros y difíciles de apoyar que he conocido, a nivel emocional y logístico, debido a que era muy complicado facilitar comunicaciones mínimas entre organizaciones de la sociedad civil especializadas en buscar personas en la frontera y una madre que habitaba una casa muy humilde, con piso de tierra, sin teléfono, prácticamente sin algún tipo de apoyo significativo. Casi una década después tuve una experiencia muy similar en Oaxaca en el contexto otra visita de trabajo en red.
Luego de escuchar y reconocer viejas o nuevas atrocidades como las del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, desde quienes integramos redes de trabajo universitarias y con sociedad civil nos preguntamos: ¿Cuántas de esas personas habrán sido migrantes? ¿Cómo podrían sus familiares hacer o continuar sus búsquedas si viven en lugares muy remotos y distantes? ¿De qué maneras exigirle al Estado y a las autoridades mayor compromiso, transparencia en la promoción de “políticas de aparición”, memoria, paz con justicia, y de reconocimiento a las víctimas? ¿Por qué como sociedad no podemos mantenernos al margen de estos fenómenos ni normalizar la desaparición de una sola persona en ningún lugar?
Desde finales del 2024, en los planteles de educación superior que integramos el Sistema Universitario Jesuita en México, arrancamos un proyecto de investigación titulado inicialmente como “Voces Buscadoras”. Nuestra postura inicial ante el fenómeno de las desapariciones de personas migrantes en territorio mexicano parte de la transdisciplinariedad (sobre todo desde colaboraciones entre las ciencias sociales y ciencias de la salud, con énfasis en lo mental y emocional), el diálogo con múltiples instancias y sobre todo la sensibilización entre nuestras juventudes. Una invitación inicial desde nuestro trabajo en red es a reflexionar, considerar y actuar ante los vínculos que surgen entre las personas en contexto de movilidad (de cualquier país, en tránsito o retorno) y las nuevas formas de desaparición que les/nos hacen menos humanos ante violencias históricas, simbólicas, legales y cotidianas ya sean locales o transnacionales.
Otra invitación: A finales de abril de este 2025, entre el 29 y 30, con estudiantes y personas egresadas de la Universidad Iberoamericana Puebla así como en estrecha colaboración con el Tecnológico Universitario del Valle de Chalco y como una actividad abierta al público en general, llevaremos a cabo en el campus la Primera Jornada “Voces Buscadoras: una mirada interseccional a la desaparición de migrantes” con énfasis en dos ejes: niñeces y adolescencias; antirracismo y género.