“¡La red de corrupción!... Eso es lo de nosotros”. Es la burla y el cinismo. Es la conversación telefónica textual entre Pedro Salazar Beltrán, primo de Andy y Bobby López Beltrán, los hijos del presidente de México, y Amílcar Olán, el íntimo amigo de ellos, que pasó de ser un discreto empresario al multimillonario beneficiado con contratos de medicinas, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya.
“Ya cuando se descarrile el Tren (Maya), ya va a ser otro pedo”. Además de la burla y cinismo, es la corrupción que cobra vidas humanas. La frase es de Pedro Salazar Beltrán, primo de los hijos del presidente, quien está operando el negocio del Tren Maya, en la grabación de la llamada telefónica que tiene con Amílcar Olán y que fue presentada anoche en Latinus, en un reportaje de José Manuel Martínez y Mario Gutiérrez Vega.
La instrucción que recibieron los constructores del Tren Maya es que la piedra balasto —sobre la que se colocan las vías del tren— se la tenían que comprar a Amílcar Olán. Fue la orden de Palacio Nacional. Amílcar Olán es íntimo amigo de Andy y Bobby López Beltrán, hijos del presidente de México. Compañeros generacionales desde su niñez en Tabasco. Amílcar Olán, con la ayuda de los hermanos Pedro y Osterlen Salazar Beltrán, primos de Andy y Bobby, sobornan al laboratorio que avala que el balasto tiene la calidad para ser usado (“mochadita”, le llaman ellos). El laboratorio no hace los análisis, ellos meten la piedra que sea, sobre esa se ponen los rieles y “ya cuando se descarrile el Tren, ya va a ser otro pedo”.
Las grabaciones telefónicas son las más descaradas y cínicas. Se ríen de ser una red de corrupción, lo asumen y juguetean con la idea de una tragedia: el descarrilamiento del Tren Maya a consecuencia de los malos materiales que ellos están vendiendo.
En cinco minutos, el amigo y el primo del presidente despedazan el discurso anticorrupción del presidente de México. Ni pañuelito blanco, ni ya se acabó la corrupción, ni ya recuperamos no sé cuántos miles de millones de pesos de la corrupción. El Clan —la red de tráfico de influencias comandada por los hijos de López Obrador— es el desmentido mismo del discurso de AMLO. Se mofan de ser la red de corrupción, y encima, saben que lo que están haciendo puede costar vidas. Y se ríen.
¿Por qué pueden ser tan descarados? Porque se saben protegidos por Palacio Nacional. Porque saben que lo que hacen, tiene el aval del presidente. ¿De qué otra manera se explica que no los hayan tocado? A pesar de que hemos presentado grabaciones y documentos de cómo se llevan contratos en todo el gobierno, no se ha anunciado ni siquiera el formalismo de la apertura de una carpeta de investigación. Su única respuesta ha sido una metralla incesante de calumnias y persecuciones contra quienes ventilamos los casos de corrupción que tienen infectado al gobierno y a la familia presidencial.
No extraña. Es el sello de este gobierno a lo largo de todo el sexenio: impunidad total a los parientes que estén haciendo negocio. Los que están vendiendo los materiales del Tren Maya juguetean con la idea de que se va a descarrilar. El precedente de la Línea 12 del Metro es terrible. Una tragedia con muertes de ciudadanos que ni la debían ni la temían, los responsables impunes y la denostada fue la empresa de investigación que el gobierno de Sheinbaum contrató porque tuvo la osadía de culpar al propio gobierno de Sheinbaum. Ahora la lupa está en el Tren Maya. Y la peligrosa advertencia sobre la mesa.