La decisión de Beto O’Rourke de lanzarse a la contienda por la gubernatura de Texas este noviembre, desafiando al actual gobernador Republicano Greg Abbott, deja puesta la mesa para uno de los pulsos políticos -e ideológicos- más importantes del ciclo electoral de 2022, uno que además conlleva implicaciones a nivel nacional y cara a la elección presidencial de 2024.
Hace cuatro años, un congresista Demócrata de El Paso a la sazón poco conocido a nivel nacional, anunciaba que se postulaba para contender por uno de los escaños texanos en el Senado estadounidense, ocupado por Ted Cruz. O’Rourke arrancó temprano su campaña, más de un año y medio antes de las elecciones intermedias. En ese momento, la mayoría de los votantes texanos respondían a los encuestadores que no lo conocían. Y tal vez por esa razón, Cruz, con la arrogancia que le caracteriza, prácticamente lo ignoró durante 11 meses. Cuando O’Rourke comenzó a recorrer los 254 condados de Texas, construyó una campaña electrizante que capturó la atención de la nación, al final del día quedando a solo 3 puntos porcentuales de Cruz en un estado sólidamente Republicano, uno en el que el GOP ha controlado ambos escaños del Senado desde 1993. En el proceso, O’Rourke se convirtió en la nueva estrella de un Partido Demócrata que lo necesitaba desesperadamente en Texas: su derrota fue vista como una victoria, rompiendo récords de recaudación de fondos, energizando y movilizando a los jóvenes y atrayendo a una buena cantidad de desertores Republicanos repelidos por la troika pestilente de Donald Trump, Cruz y el propio Abbott.
Esta vez, la campaña de O’Rourke arranca en un sitio completamente distinto. Ahora es bien conocido en todo el estado, y las encuestas muestran que más votantes texanos tienen una opinión negativa de él que positiva. Abbott, un gobernador que tiene bien controlado al GOP estatal, se le ha ido a la yugular desde un principio. El gobernador, con aspiraciones a contender por la nominación del GOP en 2024 si Trump no vuelve a postularse, tiene enormes recursos, un ciclo electoral que históricamente siempre favorece al partido que no ocupa la Casa Blanca y un contexto nacional en 2022 que no jugará a favor de O’Rourke, como sí sucedió en 2018. Trump ya no está en la Casa Blanca, el referendo ahora es sobre el presidente Joe Biden -profundamente impopular en Texas- y todo indica que los Demócratas podrían llevarse una paliza en las elecciones legislativas, sobre todo para la Cámara de Representantes. Y falta una eternidad, pero según la encuesta más reciente de The Texas Tribune, Abbott lleva una ventaja de nueve puntos porcentuales sobre O’Rourke. Para decirlo sin rodeos, ganar como Demócrata en una elección intermedia con un presidente impopular en Texas, un rechazo estatal generalizado a las medidas de control de la pandemia, los actuales niveles de inflación y un ejecutivo estatal fuerte no es una receta óptima, por decir lo menos, para el Partido Demócrata ahí. La política texana solía ser muy local, pero a medida que las tendencias y el contexto nacionales se han ido infiltrando en la política del estado en la última década, aquella se ha erigido cada vez más como un careo general de principios, Republicanos vs Demócratas. Si esa se confirma como la naturaleza de la contienda camino a noviembre, entonces será una ventaja para Abbott. Si se trata de una elección de movilización de base contra base, dado el contexto en el que están las cosas en el estado y a nivel nacional, los Republicanos cuentan con una gran ventaja.
Dicho lo anterior, todavía hay un 10 por ciento de votantes que no han decidido a qué candidato respaldarán en las urnas el 8 de noviembre. Más de la mitad de las personas que respaldaron en su momento al actor Mathew McConaughey, quien hasta fines del año pasado estuvo coqueteando con una candidatura, son independientes, según una encuesta del Dallas Morning News. Desde que Abbott fue electo por primera vez a la gubernatura en 2015, hay 4 millones de nuevos votantes registrados en Texas, lo que abre oportunidades para O’Rourke; las encuestas de salida de la elección presidencial en 2020 revelaron que más personas que votaron por primera vez en Texas lo hicieron por Biden. Es posible que eso es a lo que le apuesta O’Rourke: un sector amplio del electorado nuevo en Texas al que se le pueda persuadir de los problemas que enfrenta el estado desde que el GOP ha controlado la gubernatura por más de dos décadas. Seguramente también buscará aprovechar la tremenda cantidad de energía que emana del ala progresista del Partido Demócrata en Texas y de la movilización de los jóvenes. Y si bien a O’Rourke no le fue muy bien con el voto hispano en 2018, la inversión de recursos y tiempo que ha hecho desde entonces con ese bloque sociodemográfico y el que haya iniciado su gira en el sur de Texas demuestra que su campaña está tomando en serio la necesidad de ganarse ese segmento vital del voto en el estado. Como sucede en el resto del país, el voto hispano ahí no es homogéneo y el GOP en Texas históricamente ha obtenido entre el 30 y el 35 por ciento del voto hispano, o lo que muchos estrategas y analistas políticos estatales llaman el “voto tejano”. En 2020, el condado de Zapata (con una población de menos de 15,000) en la ribera del río Bravo fue el único condado en el sur de Texas que se volteó a favor de Trump, pero de ninguna manera fue una anomalía: al norte, en más del 95 por ciento del condado de Webb, predominantemente hispano, el GOP duplicó su participación del voto. Hacia el sur, el condado de Starr, que es más del 96 por ciento hispano, experimentó el mayor basculeo a la derecha de cualquier lugar del país; en esta zona del estado, los Republicanos sumaron 55 puntos porcentuales más que en 2016. Pero los hispanos más jóvenes que normalmente viven en áreas urbanas y suburbanas son más progresistas, y esos son los votantes que O’Rourke necesita entusiasmar y movilizar a las urnas.
Para O’Rourke, esta contienda es la proverbial “tercera o la vencida”: después de perder con Cruz en 2018 y de abandonar la primaria Demócrata en 2019, dos meses antes del arranque de ese proceso en enero de 2020, otra derrota en Texas podría representar el fin de su carrera política. Para Abbott, su reelección, recurriendo al manual de juego trumpiano, incluyendo el alcahueteo electoral de México, lo colocaría como uno de los contendientes más sólidos para el GOP camino a 2024; evidentemente, una derrota aniquilaría cualquier ambición presidencial. Incluso apenas hace unos meses, Abbott nombró como secretario de estado de Texas a John Scott, quien estuvo entre los abogados que representaron a Trump cuando éste trató de anular los resultados de las elecciones de 2020. Sin embargo, no son solo Abbott y O’Rourke quienes estarán en la boleta. En momentos en los que Texas ha aprobado leyes restrictivas en materia de aborto, que 36 por ciento de los votantes en el estado (según encuesta del lunes de la Universidad de Texas-Austin) cree que el actual presidente no ganó legítimamente en 2020 y que Abbott le está pegando a los panderos de la frontera, la migración y las políticas de contención y mitigación de la pandemia, la contienda es también sobre Biden y Trump así como los valores que encarnan cada uno de ellos, o quizá de manera más puntual, entre el actual mandatario y lo que el trumpismo ha hecho del GOP. Y al igual que lo ocurre con las proyecciones nacionales para el destino Demócrata en noviembre, sobre todo en la Cámara de Representantes, en este momento el escenario tampoco es halagüeño para ese partido en Texas.