Mi solidaridad para Enrique Graue y para la UNAM
Los porcentajes, sus significados y sus usos se han convertido en religión. No en una suerte de religión: su recado, lo utilice quien lo utilice, sobre todo políticos y organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, es mantra: lo que dicen (espetan) es lo que es. Sus datos, aseguran, no permiten disenso. De acuerdo a sus formas de mirar y juzgar uno más uno siempre es dos. En aritmética, los signos + (más) y – (menos) no fallan; en la(s) realidad(es), sumar y restar implica diversos factores no siempre idénticos: tiempo, sitio, quién suma o resta e intereses propios de quien busca resultados “adecuados” pueden alterar el resultado.
Enfermedad similar al mundo de los porcentajes son las encuestas sobre la aprobación o no de la popularidad o impopularidad de los políticos. Las encuestas y las estadísticas son, dicen quienes las llevan a cabo, neutras. Difícil creerles: sus ganancias militan en contra de la neutralidad. Comparto una ironía memorable acerca de la investigación biomédica. Un conferencista explica al auditorio los resultados de un nuevo experimento con un nuevo fármaco realizado en tres ratones: “33 por ciento se curó, 33 por ciento murió y el tercer ratón se escapó”. Ante tantas enfermedades en el mundo, las encuestas y sus conclusiones deben leerse bajo la óptica del ratón cuyas habilidades le permitieron escapar. Cifras y porcentajes, merecen leerse con cuidado. Unas alegran, otras aterran.
Inundada la mass media por noticias falsas, interpretar encuestas y porcentajes es necesario. Lo mismo sucede con los datos de algunos de los dueños del mundo, léase FMI y BM o con académicos como Steven Pinker, profesor de la Universidad de Harvard, quien asegura, “el mundo está mejor que nunca y pocos lo saben”. Harvard no es Sierra Leona ni Pinker ha viajado con los indocumentados centroamericanos cuyas decisiones en busca de “otra vida” se enfrentan con la peor de las plagas, la plaga humana. Unos datos.
Derechos humanos y pobreza. Pobreza extrema significa vivir con menos de 1.90 dólares al día. La definición no tiene en cuenta el impacto social, cultural y político de la pobreza. Los números, para sus hacedores, son un “universo radical”; para ellos no hay “otras explicaciones”. No es así: la pobreza viola la dignidad humana. La pobreza atenta contra los derechos humanos básicos. Las personas que sobreviven en situación de pobreza son víctimas de grupos diversos de las peores lacras. Las “grandes organizaciones” sostienen que “las tasas de pobreza en el mundo se han reducido a más de la mitad desde el año 2000”. Además de sus figuras, el FMI, el BM y anexos deberían buscar remedios para paliar los ataques contra la dignidad de los pobres.
Pobreza y Covid-19. La pandemia actual ha aumentado la pobreza en el mundo. En porcentaje: 8% de la población mundial; en números 500 millones de personas. La pandemia, Perogrullo dixit, ha empobrecido y ha acabado con la vida sobre de todo de seres pobres. ¿Qué ha logrado la dupla BM/FMI?
Hambre. Más de 828 millones personas en el mundo, el 9.8% de la población, luchan por sobrevivir en condiciones de hambruna, es decir diez veces más que hace cinco años. Recordemos: la comunidad internacional se comprometió acabar con el hambre y la desnutrición para 2030. Afirmemos: las personas desnutridas, incontables in útero, tienen pocas oportunidades de desarrollarse intelectualmente y competir en un mundo cada vez más competido e inhumano.
Falta espacio: cambio climático, migraciones, refugiados, guerras, quema de alimentos, narcotráfico y un largo etcétera merecen discutirse. Mientras tanto, leer los datos del FMI y del BM es necesario. Imposible creerles. No está por demás buscar al ratón que sobrevivió.