En la mayoría de los textos de bioética laica la compasión merece algunas palabras. Subrayo laica para distinguirla, sin menospreciar la compasión como parte de las reflexiones religiosas cuyo enfoque apela a la voz de Dios. Los profesionales de la salud “deberían” contar y practicar cuatro virtudes: integridad, tener capacidad de discernimiento, ser fiables y ejercer compasión. Limito las líneas siguientes al rubro compasión.

La compasión es una virtud cuya suma deviene una actitud donde la preocupación por otra persona o por un animal es fundamental; aliviar su sufrimiento, atender su discapacidad y sus “miserias” es meollo de dicha acción. Otra, con itálicas, se refiere a la teoría de la alteridad, donde el otro adquiere importancia por el simple hecho de ser una persona o un animal no humano. La Organización de las Naciones Unidas y sus agencias encargadas de cumplir con los Objetivos y Metas de Desarrollo Sostenible —ODS—, han propuesto 17 objetivos para transformar nuestro mundo. “Los Objetivos de desarrollo son el plan maestro para conseguir un futuro sostenible para todos…”; “los Objetivos buscan aliviar para 2030 retos como la pobreza, la desigualdad, la degradación ambiental”; “…prosperidad, paz y justicia son preocupaciones fundamentales”. Expertos en salud han sugerido que la compasión podría ser una herramienta básica para cumplir con los ODS.

Estoy convencido, aunque cada vez menos, que si no fuera por la figura de Dios, el ser humano asesinaría más y con más saña. Lo mismo pienso de la ONU: sin ella, los 193 países miembros harían más guerras y no se molestarían en plantear, al menos plantear, los ODS.

La pandemia ha impedido que la situación mundial mejorase; sin embargo, no es la única responsable del deterioro; son, como siempre, los políticos imbéciles y sus políticas imbéciles. Además, Covid-19 demostró una más de nuestras incompetencias, gracias a su ácido ribonucleico desnudó la realidad, la cual, a pesar de ser conocida, duele: quienes mueren, “mucho más”, debido a la infección, son los pobres. No en balde, a nivel global ha aumentado la desconfianza hacia los “dueños del mundo”.

Se dice, y así lo afirma un artículo publicado en junio de 2022 en la revista médica The Lancet, que la comunidad cuenta con suficientes herramientas científicas, técnicas y políticas para cumplir con las metas de los ODS. De ser veraz esa idea, es obligado plantear el siguiente dilema: si el conocimiento no se distribuye en forma adecuada, ¿sirve o no sirve? Las cifras alegres del Fondo Monetario Internacional y del Banco mundial se inclinan por su utilidad; quienes perviven sin futuro, y observan cómo mueren los suyos a temprana edad, por problemas médicos no tratados o por desnutrición, lo niegan. Redefinir el significado de progreso es necesario. Progreso debería apellidarse justicia, equidad, libertad.

Compasión implica “estar con” y ser solidario; el acto busca aliviar el sufrimiento y disminuir las diferencias económicas y sociales. La ONU, no lo dudo, tiene la voluntad de modificar el status quo; muchas de las naciones firmantes de los ODS, tampoco lo dudo, no tienen la voluntad de apostarle a mejorar la salud del mundo. El economista Thomas Piketty, en A Brief History of Equality (Harvard University Press, 2022), aún sin traducir, al reflexionar sobre los estragos de la pandemia, y las diferencias entre la riqueza y la pobreza, explica “…hoy la inequidad es similar a la de la primera parte del siglo XX”. La realidad del economista francés versus la irrealidad del FMI y del BM. Negro versus blanco.

Médico y escritor

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