Las cursivas, itálicas o bastardillas son un refugio propiciado por el lenguaje escrito. Quien las usa busca enfatizar una palabra o una idea, o bien, advertir al lector de que una frase puede no resultar familiar. Su uso lo invita a cavilar. En México, nación líder en el rubro de seres humanos que existían y dejan de existir, la palabra desaparecido/desaparecido se lee y se escucha todos los días en los medios de comunicación y en las voces de López Obrador y de sus corifeos. La epidemia de los desaparecidos es parte de nuestro presente. A lo ya escrito aguardan nuevos libros sobre la responsabilidad del gobierno morenista. ¿Cuántos seres humanos han desaparecido en México? Las cifras reales se desconocen. Las del gobierno son mentiras.
“Dicho de una persona: Que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive”, reza la definición de desaparecido del Diccionario de la Real Academia Española. La palabra no es nueva. En México su uso es cada vez mas frecuente. Las madres buscadoras, vilipendiadas por el gobierno y maltratadas por los narcos, son razón fundamental. Las palabras no son inocentes: ¿por qué gobierno y narcotraficantes vejan a las madres buscadoras?
En los medios la palabra desaparecido, muchas veces sin los nombres de las personas, es noticia cotidiana. Desaparecido escriben unos, desaparecido escogen otros. Los desaparecidos, sobre todo migrantes o refugiados, son seres innominados. Nombre y apellidos son bienes inherentes al ser humano. Sin ellos, ¿qué es una persona? De eso también se trata cuando se escribe desaparecido.
Dentro del léxico, desaparecido es la palabra más dolorosa. Duele más que muerto e incluso pesa más que suicidio. Las tumbas brindan certeza. Las muertes sin cuerpos impiden cerrar. Cerrar ciclos imprescindibles: nacer y morir. Decretar la muerte sin el cadáver rebasa los significados de la palabra dolor. Sin el cuerpo es imposible sepultar la esperanza.
Parte de la realidad de los familiares de los desaparecidos radica en la palabra esperanza. Esperanza es un espacio enorme. Quienes padecen miedo o incertidumbre lo saben: aguardan con esperanza. Lo último que entierran los familiares de los desaparecidos son sus esperanzas.
Hay espacios como el del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia Sobre el Poder Judicial en el Marco de Procesos de Declaración, u organizaciones como la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho, cuyo leitmotiv es ayudar a los familiares de desaparecidos, la mayoría centroamericanos. Los migrantes centroamericanos desaparecidos en México son innominados.
En la página desaparecidos.org se lee: “La práctica de las desapariciones forzadas se ha vuelto común en México. En Chiapas, la represión militar y paramilitar contra la población civil se manifiesta en asesinatos, masacres y desapariciones forzadas. Las víctimas de la desaparición forzada en Guerrero y Oaxaca son, por lo general, activistas sociales y comunitarios preocupados por la situación de los campesinos que son víctimas de violaciones a los derechos económicos y sociales… En México es imprescindible conseguir verdad y justicia para los desaparecidos…”.
En los diccionarios de ética no figura la palabra desaparecido. Es necesario agregarla y resignificarla. Desaparecer a un ser humano atenta contra principios éticos fundamentales. La suma de los participantes implicados en desaparecer a una persona es enorme. Al actuar en connivencia se atenta contra el valor intrínseco del ser humano, de la vida en sí. La pregunta es obvia: ¿cuántos son los actores implicados?