Si algo ha quedado muy claro en los cuatro años que Andrés Manuel López Obrador lleva en la Presidencia es que piensa que, porque ganó las elecciones presidenciales del 2018, su palabra es la ley. Piensa que, al ser cabeza del Poder Ejecutivo, los otros dos poderes –el Legislativo y el Judicial– son sus subordinados. 
En la conformación del sistema político mexicano se definió que estaría conformado por tres poderes para generar contrapesos: el Ejecutivo, para ejecutar las leyes; el Legislativo, para estudiarlas y aprobarlas; y el Judicial, para vigilar su uso legal. 

Pero a López Obrador no le gustan los contrapesos. No le parece cuando en el Legislativo le mueven algo, así sea una coma, a sus iniciativas. Aplaude a quienes votan como borregos, sin siquiera leer las iniciativas ni mucho menos estudiarlas y buscar mejorarlas. Y piensa que cuando el Poder Judicial no falla como él quisiera es por una conspiración con su autodenominada cuarta transformación. 
Esto no es una suposición. López Obrador decidió reunirse con los senadores de Morena que votaron en favor de la ley electoral que él envió al Legislativo. Dejó fuera de este encuentro a Ricardo Monreal que votó en contra. 

Epigmenio Ibarra, hombre cercano al presidente, ha escrito mensajes en redes sociales cuestionando a Ricardo Monreal por no estar siempre del lado del presidente López Obrador. No se da cuenta que, en una auténtica democracia, los legisladores del partido en el gobierno se deben primero a los ciudadanos que los eligieron antes que al Ejecutivo, así sean del mismo partido. El mejor ejemplo de ello ha sido el senador demócrata por Virginia del Este, Joe Manchin, que ha sido una auténtica piedra en el zapato del presidente Biden, demócrata también. Manchin ha buscado iniciativas que aprueben sus electores antes que darle gusto a Biden. Así es la democracia. Así son los contrapesos. 

Cuando el subsecretario de Seguridad, Ricardo Mejía, que quería ser el candidato de Morena a la gubernatura de Coahuila pero no la obtuvo, cuestionó que el partido le diera la virtual candidatura al senador Armando Guadiana, lejos de señalar por qué él podía ser mejor candidato y enfatizar sus buenas propuestas, Mejía atacó a Guadiana diciendo que el senador ha cuestionado las acciones de López Obrador y lo criticó por ser “amigo de los enemigos del movimiento”, como la senadora del PAN, Xóchitl Gálvez. 

A Guadiana se le podrían cuestionar muchas cosas antes que sus relaciones con senadores de oposición. Eso en democracia se llama construir consensos. Pero en Morena, en donde no entienden de democracia ni contrapesos, se le tilda por ello como enemigo del movimiento. 

Y ahora, ante la renovación de la presidencia de la Suprema Corte, López Obrador se ha ido de bruces para defender a la ministra Yasmín Esquivel ante los señalamientos del plagio de su tesis de licenciatura de 1987. Para López Obrador no importa si la ministra plagió o no, lo que importa es que ella ha apoyado las incursiones presidenciales al Poder Judicial. Eso lo hace, a ojos del presidente, una ministra idónea para presidir la Corte. 

Con estas declaraciones el presidente vuelve a demostrar que no entiende los contrapesos. En un momento en el que el Legislativo, en especial en la Cámara de Diputados, los legisladores de Morena y los partidos aliados han confundido coalición con sumisión, contar con un Poder Judicial independiente se torna doblemente importante. 

Es claro que el presidente y sus habilitadores confunden lealtad con democracia y detestan los contrapesos que son fundamentales para su funcionamiento. 

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