Por primera vez en el sexenio, el presidente López Obrador parece estar preocupado por el espionaje a su gobierno. Al momento de la filtración masiva de Guacamaya, hizo hasta lo imposible por minimizar el hecho e incluso llegó a cuestionar la veracidad de la información robada a Sedena.

Ahora parece ser distinta la respuesta. En la mañanera del martes, afirmó que “vamos a cuidar ya la información de la Secretaría de Marina y la Secretaría de la Defensa porque estamos siendo objeto de espionaje del Pentágono, y muchos medios de información en México están filtrando información que les entrega la DEA”.

Luego al día siguiente, remató afirmando que “me refiero a eso, a las agencias y sus periodistas proestadounidenses, difundiendo mentiras, filtrando información. Bueno, hasta el Pentágono, que le filtra información al Washington Post”.

Aquí hay algunos errores fácticos obvios. La historia sobre el presunto conflicto de la Sedena y la Semar sobre el espacio aéreo no viene de una filtración deliberada del Pentágono al Washington Post, sino del cúmulo de documentos que surgieron tras el reciente hackeo al Departamento de Defensa por parte de un oficial de bajo rango.

Pero esos son detalles menores. Estoy de acuerdo en el propósito del Presidente de “cuidar ya la información de la Secretaría de Marina y la Secretaría de Defensa”. Y varios lo han pedido desde Guacamaya. Mientras el Presidente andaba en el chistorete y la negación, asegurando que los 6 TB robados a la Sedena no eran más que chismes sobre su salud, muchos pidieron (casi a gritos) que se reforzará la política nacional de ciberseguridad (una víctima más de la “austeridad republicana”) y se dedicaran recursos emergentes a proteger información crítica del Estado mexicano.

Se tardó el Presidente, pero llegó a la conclusión correcta. Lo celebro.

Pero creo que está equivocando el foco.

Los esfuerzos de México deberían dedicarse a protegerse de ataques provenientes de actores no estatales (hackers, crimen organizado, terroristas, etc.). O tal vez de alguna potencia media con objetivos hostiles (Cuba, Venezuela, Irán, Rusia con un poco de esfuerzo).

Sin embargo, si el objetivo es blindarse frente al espionaje estadounidense, el asunto es causa perdida.

Empecemos con algunos números básicos. En el año fiscal 2022, el presupuesto dirigido a agencias estadounidenses de inteligencia, tanto civiles como militares, fue de 89.7 miles de millones de dólares. Eso equivale a más de 1.6 billones (millones de millones) de pesos o uno de cada 4.4 pesos incluidos en el Presupuesto de Egresos de la Federación. Para todo.

No hay montos desglosados de presupuesto para tareas de inteligencia en México, pero dudo que, considerando a todos los actores institucionales (CNI, Sedena; Semar; GN, FGR), el total pase de 20-25 mil millones. Es decir, hay una diferencia de (al menos) 60 a uno. Considerando solo al Pentágono, su comando de operaciones cibernéticas tiene un presupuesto de 4.2 miles de millones de dólares. Eso es casi el doble del presupuesto de Semar y dos terceras partes del presupuesto de la Sedena (y allí se incluyen cosas como el AIFA o el Tren Maya).

Entonces no hay cómo. Si los estadounidenses nos quieren espiar, nos van a espiar. A todo mundo, del presidente de la República para abajo (como lo descubrimos en 2013, luego de las revelaciones de Edward Snowden).

¿Qué hacer entonces? En el Cisen tenían un adagio: si no quieres que algo se sepa, no lo hagas. Y si lo haces, no lo pongas por escrito o lo discutas por teléfono. Me sigue pareciendo una buena sugerencia.

Porque fuera de eso, no queda más que aceptar el principio de realidad.

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