La mamá de Sonia falleció de cáncer de estómago cuando ella tenía 12 años. Por esa razón permaneció bajo el cuidado de su tío, quien la obligó a trabajar en un centro nocturno con el pretexto de cobrarle dinero que la difunta “les debía por los gastos de su tratamiento”.

Inició vendiendo dulces en el baño del lugar, luego limpieza y fue obligada a prostituirse.

“Viví bien con mi tío y su novia por unos tres años, aunque él era alcohólico, me respetaba. Luego, su novia se embarazó de su primer hijo, los gastos empezaron a ser más y más. Por lo mismo de la presión se complicó más su alcoholismo y dejó de ir a trabajar a los salones, empezó a mandarme a mí a vender dulces, cigarros, toallas sanitarias y papel a los baños”, narra a EL UNIVERSAL.

Sonia dejó de ir a la escuela porque pasó de trabajar los fines de semana en salones de fiestas a ir a pulquerías y bares de martes a viernes, obligada por sus tíos. “Mi tío visitaba la pulcata, se llenaba la boca diciendo que yo era su hija y un día me vendió con un señor que le ofreció mucho dinero por mi virginidad.

“Me trató como su minita de oro cuando se dio cuenta de que me podía sacar provecho de esa forma, y cada vez que me llevaba a que me violaran me hacía el recordatorio de que mi mamá les debía mucho dinero por las medicinas y el tiempo que estuvo internada, y yo por haber asistido a la escuela”, comenta.

Los gastos para mantener al nuevo integrante de la familia incrementaron conforme el niño creció. Su tía se vio obligada a trabajar como vendedora de chucherías en salones de fiestas. Sonia quedó descuidada, bajo la tutela de su tío, a quien cada vez se le complicaba su alcoholismo.

“Hubo noches en las que mi tío me obligó a estar con más de tres hombres que le pagaban 100, 200 pesos. Viví una vida miserable y quise quitarme la vida en un afán por preguntarle a mi mamá por qué me había dejado sola”.

Sonia, quien hoy tiene 35 años, pudo escapar de la casa de sus tíos cuando una vecina se enteró de lo que le estaban haciendo y pidió ayuda a la policía. “Me recogió la patrulla, pero terminaron devolviéndome con mi tía porque no había quién se hiciera cargo de mí. A la semana me salí a la calle, ahí viví, caí en las drogas y la prostitución varios años, hasta que unas muchachas llegaron a invitarnos a la casa hogar”.

Dentro de la fundación le brindaron ayuda médica, sicológica y un curso de costura que le abrió las puertas a la oportunidad de reintegrarse en el campo laboral. Empezó a arreglar ropa por encargo hasta que conoció a su actual pareja quien desconoce su “doloroso pasado”.

Sobre por qué nunca quiso denunciar a su familia o contarle a su esposo, ella responde que le da vergüenza. “No confío en la policía. A mí nunca nadie me amenazó o me puso una mano encima para obligarme a prostituirme, por lo mismo siento que es mi culpa y creo que tuve que hacer algo en ese momento.

“Me gusta mucho ver las noticias. Por ahí sé que lo que me hicieron tiene nombre y es castigado por la ley, pero te cae un veinte muy fuerte al decir: ‘Yo soy víctima, lo que me hicieron se llama trata de personas y quién sabe cuántas otras se callan’”.

Sonia tiene dos hijos con su pareja: un niño recién nacido y una niña que estudia el segundo grado de primaria.

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