Surgido a inicios del siglo XXI con varios nombres y afín a los paramilitares anticomunistas de las décadas de 1980 y 1990, el Clan emergió en el golfo de Urabá, sobre el mar Caribe y área del norte colombiano vital para el narcotráfico que es fronteriza por el oeste con la jungla del Tapón de Darién, que comparten Colombia y Panamá.
Como naciente agrupación, su primer vínculo con México se registró hace unos 20 años con los cárteles de Sinaloa, una de las organizaciones mexicanas más poderosas del narcotráfico, y de Los Zetas, que en ese entonces estaba entre los más fuertes de esa nación.
El Clan se reafirmó en este siglo como el grupo armado organizado más grande, peligroso y eficiente de Colombia, con unos 4 mil integrantes y presencia en unos 211 de los mil 120 municipios colombianos, por lo que mantuvo negocios con Sinaloa, CJNG y Los Zetas como proveedor de cocaína y en un manejo separado de rutas con los tres.
La principal relación de Otoniel y el Clan hasta al menos 2015 fue con el narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, líder del cártel de Sinaloa y condenado en 2019 en EU a cadena perpetua y 30 años de cárcel por narcoactividad.
Creada en 2007 como Los Mata Zetas para combatir a Los Zetas, cerca de 2009 y 2010 cambió a CJNG, irrumpió en Colombia en el segundo lustro de la década de 2000 y se garantizó con el Clan el abastecimiento de cocaína en una tarea en la que Matamba se transformó en socio crucial, según fuentes policiales y militares colombianas.
En su agresiva incursión en Colombia, el CJNG también trabajó con el Clan en los nororientales departamentos colombianos de Norte de Santander y La Guajira, fronterizos con Venezuela, para pasar la cocaína al lado venezolano y transportarla vía aérea a Centroamérica en ruta a México y EU, dijeron a este diario fuentes de la (no estatal) Asociación Colombiana de Oficiales de las Fuerzas Militares de Colombia en Retiro.