Rogelio Rodríguez es un médico urgenciólogo del Hospital General de Zona número 23 en Teziutlán del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), quien después de 12 días de permanecer intubado, poco a poco retoma su vida laboral en la primera línea de batalla.

Los síntomas que registró el médico fueron problemas respiratorios e hipoxia en el cerebro, que ocasiona que la persona pierda la memoria a corto plazo, por ello no recuerda el momento en que fue ingresado al hospital La Margarita, en Puebla capital.

En entrevista con , el hoy sobreviviente de Covid-19 relata que para los médicos que lo trataban el pronóstico que ofrecían no era nada alentador, ya que al tercer día el diagnóstico era que tenía 95 por ciento de posibilidades de fallecer en las siguientes 48 horas.

Fue sometido al tratamiento con plasma, del cual desconoce el proceso y tampoco sabe si se aplica para todos los pacientes Covid-19, pues hasta ahora no puede precisar quiénes son candidatos para este tipo de tratamiento, lo cierto es que a él le funcionó.

Las personas que le ofrecieron el plasma fueron amigos de Teziutlán que ya se habían enfermado de coronavirus, mismos que habían recuperado la salud y que decidieron hacer la donación de plasma para su tratamiento en la ciudad de Puebla.

“Al cuarto día que estaba más grave, porque tenía lesiones en el cerebro, riñón y pulmón, es cuando empieza a disminuir la inflamación general y en ese momento los pronósticos de mejoría fueron en aumento, y después de 12 días me quitan el tubo y salgo de terapia intensiva”, dijo.

Todo esto lo sabe gracias a testimonios, ya que él perdió la conciencia y después de 12 días de permanecer intubado recobró el estado de alerta, pero tuvieron que pasar dos días más para que le prestaran un teléfono celular y se comunicara con su hermana en su ciudad natal. Ella le explicó exactamente todo lo que había pasado: sus síntomas, su ingreso al hospital, el traslado a Puebla, el proceso de intubarlo y hasta su recuperación.

Rogelio Rodríguez señala que, una vez que recuperó el conocimiento, lo primero que deseaba era no sentir dolor, tenía lastimada la garganta debido al ventilador artificial, igual deseaba ya no tener fiebre, ni esa sensación de frío y calor al mismo tiempo. Anhelaba poder hacer lo más básico por sí mismo y sin dolor.

“Tener contacto con las personas hacia afuera era prioritario. Necesitaba hablar con alguien, pero en la zona post Covid todos andan (vestidos) de azul por protección, y no sabemos quién es el médico o la enfermera o el de intendencia. Ahora entiendo a los pacientes, que es una angustia saber cómo vamos, que necesitamos una palabra de aliento en ese momento y por eso me cambia el punto de vista de las personas enfermas, necesitas ser más humano”, mencionó.

El último día que permaneció en el hospital aún no tenía mucha fuerza para valerse por sí solo, pero un camillero le ayudó a vestirse y fue en ese momento que entendió que ya se iba a casa.

La batalla que le ha ganado al Covid la presume con sus “marcas de guerra”, pues físicamente el coronavirus le dejó como enfermedad ser diabético, antes no lo era. También tiene muchas heridas en la cara: en la barbilla, en la parte superior de la oreja derecha, donde la lesión era profunda y en consecuencia ya no le crece el cabello, una más es en la nariz y en garganta, todas ellas por la fijación del tubo que le ayudó a respirar durante 12 días.

En las dos rodillas también tiene dos grandes cicatrices por haber estado postrado en cama durante mucho tiempo en una sola posición. Al estar tan débiles sus pulmones y al costarle trabajo respirar, los médicos que lo trataron decidieron intubarlo y lo mantuvieron en posición bocabajo.

Otra secuela más es el zumbido de oídos de forma constante. Cuando se encuentra en espacios en silencio, se intensifica la molestia en los oídos, y por eso sigue tomando medicamentos para poder descansar.

A esa molestia se suma que el Covid le aumento dos dioptrías a la graduación de sus lentes.

“En promedio el hospital gastó en mí como 2 millones de pesos, mucho dinero que es imposible tener a un lado para poder rescatar una vida. El Seguro Social me dio ese regalo de salvarme. Toda esa cantidad de costos que significa esa enfermedad es para todas las personas que están afiliadas al IMSS. Yo le debo todo a la institución porque soy formado 100 por ciento en el Seguro Social y sé de la calidad humana que tiene el personal del IMSS”, destacó.

Al ser un sobreviviente del Covid, y como médico urgenciólogo, ahora se involucra más en el estado emotivo de cada paciente. Consideró que como médicos ven el órgano y la función del cuerpo, pero no se involucran en lo emotivo, y a su decir, a veces los pacientes una vez que ya mejoraron y están bien, tienen mucho miedo o no quieren regresar a su vida cotidiana.

Ahora el especialista tiene como prioridad aprovechar cada minuto del día porque ni siquiera tiene la garantía de terminarlo. Seguirá sirviendo a los pacientes porque a eso se dedica y eso le produce felicidad, incluso cuando su labor representa regresar a la primera línea de contagio, porque asegura que si volviera a nacer, volvería a hacer lo mismo.

“Nada es para siempre, las cosas; así sean buenas o malas van a pasar, entonces hay que disfrutar tanto lo que estamos padeciendo ahora como las riquezas. Las depresiones van a pasar y las alegrías van a pasar porque todo es cíclico. Y hay que recordar que hasta en los males, se puede encontrar algo bueno. En mi caso, es un regalo de Dios compartir con mucha gente todo lo que me pasó”, finalizó el médico de 52 años de edad.

En enero regresó a trabajar y desde febrero lleva a cabo su terapia respiratoria en el IMSS, y en mayo retornará a la primera línea de batalla, con miedo sí, pero con todas las medidas de precaución porque le hace feliz hacer su trabajo y salvar vidas.

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