Las ofrendas dedicadas a las personas que ya fallecieron son vistosas, pero también olorosas, no solo por los aromas que desprenden las flores de cempasúchil, el incienso y el copal, sino también por los platillos que se ofrecen.
Además de las tradicionales hojaldras y calaveritas de azúcar o chocolate, hay otros guisos que las familias preparan año con año para colocarlas en el altar y que pasando el 2 de noviembre pueden degustar o compartir con sus amigos.
Existen regiones del país donde incluyen al pie de la ofrenda una canasta de mimbre, pues se tiene la idea de que las almas la emplearán para poder llevarse, en esencia, todo lo que sus seres queridos les han ofrecido.
En Puebla, como en algunas ciudades de la zona centro del país, no puede faltar un buen plato de mole poblano acompañado por su pieza de pollo y cubierta de ajonjolí. También hay quienes prefieren colocar el pollo entero ya cocinado y aparte una cazuela de mole y otra de arroz.
Para acompañar estos guisos se les pone un chiquihuite o canasto con tortillas.
Tamales de dulce, mole, rajas y queso no pueden faltar en la ofrenda. Estos suelen colocarse en una canasta o un platón.
De la misma base del maíz se ofrendan memelitas o gorditas verdes, rojas o banderas (combinadas) con cebolla picada y queso.
Una jarra con chocolate o atole es esencial en el altar de muertos, independientemente de los vasos de agua que se ponen junto a las velas y flores naranjas.
Frutas como plátano morado, naranjas, mandarinas, guayabas y manzanas también son alimentos que desprenden intensos aromas y que perfuman el altar de muertos.
Estas viandas acompañan los platos de postres como arroz con leche, dulce de camote, de zapote con naranja y jerez, así como el de calabaza en tacha, que es una especie de conserva con canela y piloncillo.
Existe la creencia que en el altar no deben faltar los dulces y chocolates para los niños que ya fallecieron, mientras que a los adultos se les pone cerveza, cigarros, tequila o brandy, de acuerdo a la bebida que era su favorita en vida.
Los altos costos en los insumos han obligado a las familias a reducir la cantidad de los platos que dedican a sus muertitos, otros más se organizan con anticipación y se cooperan para la compra.
Se tiene la creencia que el 2 de noviembre, después de las 15:00 horas las almas de los fieles difuntos se han ido, por lo que los deudos se pueden repartir la comida y panes de la ofrenda.
También hay hogares donde solo vive una o dos personas o aprovechan estas fechas para ausentarse de casa o simplemente no se les da el arte de cocinar, entonces toman como opción el colocar platos de comida hechas de resina, cerámica, migajón o simplemente son de utilería.
La iglesia católica no refiere si debe ser obligación o no colocar comida, pero la intención es la misma, recibir con cariño a quienes ya murieron y recordarlos con mucho amor.