La pirotecnia no puede faltar en una celebración popular y los carnavales no son la excepción.
Es clásico que antes de finalizar la fiesta de la carne, se quemen los clásicos toritos, a manera de despedida.
Y, por supuesto, como una expresión más de júbilo pagano.
Como es habitual, el torito cargado por uno de los participantes es paseado por la plaza en la que se realiza el carnaval, en tanto que los asistentes realizan diversas muestras de alegría, al tiempo que tratan de huir y no ser alcanzados.
Una acción que si bien implica un riesgo para quien carga el torito, también pone en peligro a quienes se encuentran a su paso.
Aunque no es extraño que más de una persona quiera cargar el torito mientras se quema.
De acuerdo con la creencia popular, se considera que el torito es una representación del diablo que está en busca de los herejes para castigarlos.
Por ello, durante la quema del torito, quien lo carga, trata de perseguir a los asistentes, además de correr y bailar.
De ahí que sea utilizado durante la celebración de los carnavales, y represente uno de sus elementos fundamentales.
La adrenalina y el riesgo son dos elementos ligados a la quema de los toritos, de la cual difícilmente se pueden sustraer los carnavaleros.
Origen de la quema de toritos
La quema de los toritos en festividades populares data de tiempos de la Colonia.
Los españoles los introdujeron como parte de las celebraciones religiosas.
Su elaboración y diseño se integró al oficio de la pirotecnia, teniendo como elemento crucial el adecuado uso de la pólvora y la sincronización de las quemas de los elementos que los conforman, para evitar que exploten y en su caso dañen a los asistentes.
¿Qué son los toritos de los carnavales?
El torito es un armazón de madera o de alambre sobre una lona cubierta con cal para evitar quemaduras a quien lo carga.
Su armazón está cubierto, entre otros elementos, con cohetes, canchinflines y estrellitas.
Generalmente, tiene una cabeza de astado y su cuerpo se asemeja al de un burel.