Especialistas del Colectivo Efecto Mariposa identificaron un incremento en el número de pacientes que padecen trastornos alimenticios como bulimia y anorexia, debido a la ansiedad provocada por la pandemia.
Carlos López Méndez, psicólogo y director general del colectivo, informó que han brindado atención a adolescentes y jóvenes, desde los 12 hasta 28 años de edad, tanto hombres como mujeres, por problemas de depresión y ansiedad.
Ejemplificó que en 2018 y 2019 atendían tres casos por año en la región de Tehuacán, pero en el 2021, recibieron 10 casos en jóvenes, de los cuales siete son mujeres y tres son hombres.
En entrevista con El Universal Puebla, mencionó que antes de la pandemia los casos de trastorno se registraban principalmente en jóvenes por la preocupación en su imagen física, pero ahora identifican esta problemática en los adolescentes debido a la ansiedad.
En lo que va del 2022 han recibido tres casos en menores de edad - dos niñas y un niño-, quienes a causa de la ansiedad, padecen anorexia.
Los trastornos alimenticios son bulimia y anorexia.
La bulimia ocurre cuando la persona se da atracones de comida hasta llenarse y sentirse mal físicamente, después de esto viene un sentimiento de culpa y, en muchas ocasiones, busca vomitar.
La anorexia consiste en que la persona se provoca el vómito, porque hay una decodificación en la mente que no le permite verse delgada, por el contrario, se observa con sobrepeso a pesar de no tenerlo.
Sin embargo, el psicólogo explicó que la anorexia, también es un acto obsesivo por contar calorías, saber cuánto ingieren, pesarse y medirse continuamente.
La anorexia está muy ligada con la vigorexia, la cual consiste en hacer ejercicio de manera constante en un día, con tal de quemar las calorías que se consumieron.
Lo anterior, porque las personas que padecen anorexia, en muchas ocasiones se mantienen consumiendo azúcares de refrescos de cola o paletas de caramelo para ganar la energía que no están obteniendo de la comida.
Añadió que los adolescentes y jóvenes que han sido víctimas de ciberbullying por su estado físico, también viven cambios en sus hábitos alimenticios.
En su caso, inician por rechazar la comida de manera involuntaria, pues no pueden comer ni pasar bocado, pero después lo hacen de manera consciente para tener esa sensación de desahogo.
Un caso de anorexia es el que padeció Karla Adriana, una mujer de 23 años de edad, quien pidió cambiar su nombre para no ser identificada por su familia.
En su relato, compartió que antes de venir a Puebla para estudiar la universidad no se consideraba con sobrepeso, pues en Veracruz los cuerpos frondosos son constantes, pero sus compañeras lucían delgadas y ella sentía que “no encajaba”.
“Mido 1.65 metros y pesaba 62 kilos cuando llegué a Puebla. Mi talla era 9 en pantalón y yo me sentía muy bien, pero cuando platicábamos las amigas o salíamos juntas al centro comercial compraban ropa talla 3 y 5. Nunca me dijeron nada, pero me molestaba que yo siempre pedía hasta tres tallas más”, indicó.
Karla comentó que se propuso bajar de peso, una tarea que pensó no sería difícil porque al vivir sola ella tendría el control de lo que cocinaría.
En las redes sociales buscó recetas bajas en calorías y dietas para bajar de peso, sin consultar a especialistas en nutrición o control de peso; y ahí fue donde encontró páginas de mujeres que compartían “trucos” para engañar el hambre.
Dejó de comer pan, tortilla, pastas, carne, y se mantenía con frutas y verduras. En las mañanas, para rendir en la universidad, se mantenía con refresco de cola y chicles.
Al paso de mes y medio notó que la ropa le quedaba grande, lo que la motivó a dejar de pensar en la comida, y cada vez que tenía hambre mordía cubos de hielo para que se le durmiera la mandíbula y no pudiera masticar.
Recurrió a muchas prácticas similares para mitigar el hambre, hasta que en un periodo vacacional regresó a la casa de sus padres, quienes notaron la baja de peso y talla, pero también piel reseca, cabello sin brillo y uñas quebradizas.
Ella no sabía que al no comer evitaba los nutrientes que requería su organismo para trabajar de manera ideal, por ello no podía dormir, dejó de menstruar y tenía dolores musculares.
Carlos López añadió que el tratamiento que se lleva a cabo para atender los trastornos alimenticios, en la mayoría, es cognitivo-conductual.
“En algunos casos se tiene que trabajar mucho la parte emocional a través del psicoanálisis o con terapia Gestalt, porque muchos de los comportamientos vienen de comentarios que se hacen en las familias, como decirles gordas, gordos, o burlas sobre el aspecto de su cuerpo desde que son niños, y cuando pasan a la adolescencia crecen con muchas inseguridades”, explicó.
El tratamiento puede durar dos a tres años si el trastorno está muy avanzado, incluso puede canalizarse a un hospital psiquiátrico para el suministro de medicamentos.
“En una ocasión recibimos a una joven que pesaba 28 kilos teniendo 15 años, y cuando se comienza a trabajar con ella bajó tres kilos, por lo que fue necesario ocupar medicamento para no poner en riesgo su vida”, comentó.
El especialista mencionó señales que deben atender familiares o amigos para identificar a tiempo a una persona que padece un trastorno alimenticio.
-Intolerancia
-Cambios emocionales drásticos
-Son volubles
-Reducen las veces que deben comer
-Tienden a ingerir menos alimentos en el desayuno, comida y cena
-Comienzan a mostrarse ojerosos
-Padecen insomnio
-Tienen pérdida de peso rápida
-De manera constante critican cuando ven a alguien comiendo, y se dirigen de manera hiriente como “¿por qué comes tanto, no ves cómo estás?”.
El colectivo atiende de manera presencial en el municipio de Tehuacán, pero también brinda apoyo de manera virtual a población del estado, así como del interior del país y connacionales en Canadá, gracias al convenio que tienen con una sociedad de aquél país.