En la historia de México, la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 es una efeméride que a todos llena de orgullo, porque fue el episodio donde los soldados mexicanos, al mando del general Ignacio Zaragoza, vencieron a las tropas francesas, entonces consideradas como el mejor ejército del mundo.

Esta batalla se dio en las inmediaciones de Los Fuertes de Loreto y Guadalupe, donde el triunfo fue para los mexicanos y así se le informó al presidente de México, Benito Juárez, por medio de un telegrama.

“Las armas nacionales se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del Cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente a derecha e izquierda durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 a 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase usted dar cuenta de este parte al ciudadano presidente”, se informó en el telegrama.

 

Con el paso del tiempo, esta fecha se celebra con sendas ceremonias protocolarias, escenificaciones y un desfile cívico-militar que año con año atrae a cientos de visitantes.

Este desfile no siempre contó con la presencia de alumnos de todos los niveles educativos, ya que sus inicios fueron siempre con la participación de militares.

De acuerdo con el artículo La celebración del 5 de mayo en el pasado de Puebla, escrito por Antonio Deana Salmerón para la revista Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el primer desfile de celebración de la Batalla de Puebla se hizo en 1920.

En la década de los años 20 se empezó a recordar con gran magnificencia esta efeméride con tres actos de singular importancia: el simulacro de la batalla, el gran desfile militar y el combate de flores, en los cuales toda la ciudad prestaba su concurso para el mayor lucimiento.

En el desfile participaron militares que representaban a los zuavos africanos y zuavos argelinos, a los soldados mexicanos y a los franceses.

Entonces el desfile pasaba frente a la plaza de armas, algunos montados en hermosos caballos y otros marchando en contingentes.

También se veían los escuadrones de lanceros a caballo, luciendo los bonitos trajes de chinaco, los cuerpos de infantería vestidos con trajes de la época y se identificaban perfectamente los Cazadores de Morelia, los Rifleros de San Luis y los Nacionales de Puebla, destacando en forma singular las legiones de indígenas zacapoaxtlas.

En el artículo se destaca que en una de estas representaciones hubo un lamentable incidente, pues el “fragor de la batalla”, los jinetes mexicanos arrebataron a los zuavos una bandera francesa, misma que pisotearon los caballos; esto ocasionó que el embajador de Francia acreditado en México presentará enérgica protesta ante la Secretaría de Relaciones Exteriores; desde entonces no volvió a efectuarse ningún simulacro.

“Es un acontecimiento muy emotivo, histórico, tradicional y de gran importancia porque se rinde homenaje al soldado de México y muy principalmente, a los héroes anónimos que ofrendaron su vida en defensa de la Patria”, escribió Deana Salmerón.

Para esta fiesta los poblanos se preparaban adornando las fachadas de sus casas por donde pasaría el desfile. Los zaguanes, ventanas y balcones se adornaban; los más humildes con cadenas y banderas de papel de china, siendo los eslabones los colores patrios verde, blanco y rojo.

En otras casas, las banderas nacionales eran de raso o de seda, pero el caso era que no faltaba el adorno en casa alguna.

El desfile iniciaba en el Cuartel de la Montada, situado enfrente a la parroquia de San José; en la actualidad ese lugar lo ocupa el Hospital de Alta Especialidad del IMSS de San José.

La parada continuaba por las calles conocidas como 2a, 3a y 4a Reales de San José; proseguía por Santa Teresa, costado de Santa Clara y calles 1a y 2a de Mercaderes, la cual ahora es la 2 Norte. Doblaba a la derecha para pasar por el palacio municipal y el zócalo, continuaba por las antiguas calles de La Santísima Trinidad, calle Cholula, Miradores, El Hospicio y Guadalupe (ahora Avenida Reforma) hasta llegar al Paseo Bravo, donde se dispersaban los contingentes.

Al frente, el desfile comenzaba con los sonidos del “paso redoblado” eran emitidos por los instrumentos de las bandas de guerra, conformados por trompetas y tambores.

Le seguía una escolta con la bandera mexicana, los soldados que llevaban al hombro los máuseres con bayoneta calada y no faltaban los gallardetes con su identificación.

Seguían los escuadrones de caballería, los caballos de gran alzada con las crines cortas y las sillas de los jinetes muy sencillas y exclusivas del ejército. No podía faltar en estos cuerpos de caballería la banda de guerra que tocaba con sus clarines y cornetas la marcha dragona que hacía vibrar de emoción a las multitudes que abarrotaban las calles, ventanas, balcones y azoteas de las casas.

También desfilaban los escuadrones de cadetes del Heroico Colegio Militar, le seguían los infantes de Marina y los cadetes de la también Heroica Escuela Naval Militar de Veracruz, con sus uniformes de gala blanco, con botonadura y galones dorados, quienes también se llevaban la ovación del público por su marcialidad y gallardía.

Después desfilaban los jóvenes indígenas de la Sierra Norte de Puebla, de Zacapoaxtla, Tetela y Xochiapulco, con su clásica vestimenta conformada por un cotón de lana de color café, calzón de manta blanco atado con cintas a los tobillos, huaraches típicos de la región, sombrero de palma y el machete a la cintura.

Todos eran ovacionados por el público, quienes también acostumbraban a arrojar serpentinas y confetis de colores.

Le seguían los impresionantes carros de bomberos y cerraba la columna la delegación en Puebla de la Asociación Nacional de Charros, luciendo el típico traje nacional de charro, con hermosos sombreros galoneados y los preciosos caballos de raza pura.

En el relato se menciona que era una tradición de la ciudad de Puebla que mientras pasaba el desfile, en la Catedral echaban a vuelo el sonido de sus campanas y así se escuchaba, ya que el repique a vuelo se oía únicamente en las grandes ocasiones, en las fiestas cívicas del 5 de mayo y el 16 de septiembre, y en las religiosas como el 24 y 31 de diciembre.

En los años 30 se cambió la trayectoria de los desfiles; se iniciaban en el Paseo Bravo y terminaban en la Plazuela de San José. También comenzaron a incorporar al desfile las escuelas oficiales.

En 1948 vino a desfilar el 5 de mayo una nutrida representación del ejército chino, de la China Nacionalista, del general Chiang Kai-shek, causando gran sensación.

En la década de los 70 el desfile se inició en cerro de Loreto hasta culminar en el parque Juárez, frente a plaza Dorada.

Algo curioso y extraño ocurría cada día 5 de mayo. A mediodía o en las primeras horas de la tarde, se abatía sobre la ciudad una fuerte tormenta de agua y granizo, como ocurrió en la batalla de 1862.

Cuando esto ocurría, en Catedral, con la campana “María”, tocaban a rogación; entonces, en los hogares de Puebla, se quemaba la palma bendita y las ramas de romero que habían sido bendecidas el día de La Candelaria; se encendía el cirio pascual y según el decir de las abuelas, se hacía todo esto para “calmar la ira de Dios”.

Este desfile solo se ha interrumpido en dos ocasiones, en el 2009 y en el 2020, las dos por contingencias sanitarias. La primera a causa de la influenza y la segunda por la pandemia del Covid-19.

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