Sergio Stern es un psicoanalista y estudiante del budismo zen. En unos días presentará su más reciente libro "El cuenco vacío" en la ciudad de Puebla.
EL UNIVERSAL PUEBLA conversó con el autor a propósito de esta obra que indaga de manera profunda sobre la vida del Buddha y en el mensaje cardinal de Las Cuatro Nobles Verdades.
En la contraportada se indica que el libro es producto combinado de más de 25 años de práctica y estudio del psicoanálisis y del budismo, ¿cuál fue el principal motivo que lo llevó a escribir este libro?
Portada del libro "El cuenco vacío" | Imagen: especial
Hacer sentido de mi propia vida. Durante muchos años desarrollé la necesidad de entender como confluían en mi diversas corrientes, diversos caminos de autoconocimiento, la riqueza pero también dificultad que puede surgir de la yuxtaposición de tradiciones de sabiduría distintas en apariencia poco dispuestas a relacionarse entre sí: el budismo, el psicoanálisis y el judaísmo. Son las tres fuentes que me han marcado, de las que principalmente he bebido, la cultura y religión judáica como tradición de origen en la que crecí, la matriz simbólica que me otrogó un lugar en el mundo, el psicoanálisis como mi vocación, mi manera desde muy chico de comprender el sufrimiento que me rodeaba y el mío propio, y el budismo, camino que descubrí en mi edad adulta y que me ha permitido colocar la búsqueda espiritual profunda en el centro de mi vida. Por mucho tiempo me sentí tal como describen estas palabras del cantautor israelí Meir Ariel: “Paracaidismo sin paracaídas, abierto a todas las direcciones, y el anhelo por cada dirección me está destruyendo”. Dejarse permear por tantas fuentes es maravilloso pero también puede ser enloquecedor. Necesitaba hacer sentido, encontrar una explicación. Durante años llevaba apuntes de estas cuestiones, reflexiones, cuestionamientos; notas de las enseñanzas que compartía en los retiros a los cuales me invitaban a enseñar. Finalmente, cayó la pandemia y no tuve más remedio que sentarme a escribir. Y no es que haya encontrado una explicación definitiva a estas tribulaciones, pero en definitiva gestar ”El cuenco vacío” ha ayudado a sanarme, como espero que lo haga con otras personas, aquellos y aquellas que sienten no conformar con los cánones establecidos, que son a veces más curiosos de lo que la norma puede soportar, atravesadas por un sinfin de cuestionamientos y un gran anhelo de aprender.
En la imagen Sergio Stern, psicoanalista y estudiante del budismo zen | Foto: especial
2. ¿Qué le da el título a su libro? ¿Qué significa o representa "El cuenco vacío?
”El cuenco vacío” es una metáfora que apunta hacia aquel lugar en que conviven y se reciben gustosamente grandes y distintas enseñanzas que nos nutren y ayudan a sentirnos más vivos, creativos y verdaderos. En los tiempos del Buddha, los monjes y monjas mendicantes, bhikkhus y bhikkhunis que conformaban la Sangha o comunidad de practicantes, hacían rondas todas las mañanas en las aldeas vecinas, marchando con sus cuencos para que los devotos depositaran ahí los alimentos que comerían al volver. Este intercambio entre la enseñanza del Dharma y los alimentos continúa hasta ahora en los países asiáticos en los que se practica el budismo. Los monjes y monjas mendicantes, incluido el Buddha, no tenían muchas pertenencias. Las pocas que tenían, sin embargo, las habían recibido por la buena voluntad de los demás: eran producto de la generosidad de la gente y del mundo. Se invitaba de esta manera a cultivar la gratitud y la humildad, la reverencia y el asombro, con el fin de reconocer la total interdependencia de todas las cosas. La confianza se colocaba en el otro. Se entendía que subsistimos única y exclusivamente gracias a los obsequios y ofrendas que nos da la vida, a la abundancia del universo del cual formamos parte. Por eso he elegido la imagen del cuenco como punto de partida para hablar del espíritu que define a estas ideas. He mencionado al psicoanálisis, al budismo y al judaísmo, pero lo cierto es que son inagotables las fuentes de amor, sabiduría y verdad de las que yo y cualquiera podríamos beber. En todos los casos, lo importante es darse cuenta de que el cuenco permite la circulación de aquello que nos alimenta y nos da la vida. El cuenco no se llena, pues el amor, la sabiduría y la verdad no son posesión de nadie. No son “algo”, ni siquiera son “cosas”. Están hechos de movimiento, interconexión y búsqueda constante; de no-sustancialidad, impermanencia y desacomodo; de no-definitividad, irrepresentabilidad y dificultad. Están hechos, precisamente, de las tres marcas de la existencia descritas por el Buddha. En otras palabras, ser un cuenco vacío. Este es el espíritu de nuestra práctica, andar de un lado para el otro percibiendo, aprendiendo, recibiendo y repartiendo. Nos movemos por la vida como volatineros impulsados e inspirados por la fuerza del asombro. Es lo que espero transmitir a través del libro.
3. Como psicoanalista, cuáles considera las principales aportaciones de este libro
Considero que mi aportación como psicoanalista al estudio del buddhadharma, o las enseñanzas del Buddha, es comprender un fenómeno que se sonoce como spiritual bypassing, evitación espiritual: la pregunta de cómo terminamos utlizando una práctica espiritual para escapar de nuestros problemas en vez de tomarla como un vehículo para conectarnos y aceptar la realidad de la existencia. La vida es difícil. Me parece que en esto todos estaríamos de acuerdo. Sin embargo, nos la pasamos escapando de esta verdad dolorosa. Por supuesto que la libertad y la alegría también son parte esencial de la vida, pero la dificultad es inevitable; y se puede convertir en nuestro maestro. Esto es lo que enseñó Siddhartha Gautama, el Buddha histórico, el Buddha Shakyamuni. Él dijo: “Yo sólo enseño dos cosas: sufrimiento y final del sufrimiento”. Pero nosotros únicamente queremos enterarnos de la segunda mitad de esta ecuación. Queremos dejar de sufrir, pero no saber nada acerca de porqué sufrimos. Para el Buddha, teníamos que estudiar cabalmente primero la naturaleza de nuestro sufrimiento, de nuestro malestar, dificultades y tendencias destructivas. No podíamos simplemente saltarnos este paso. Eso es la evitación espiritual. Eihei Dogen, el gran maestro zen del Japón mediaval afirmó algo muy similar: “El camino del Buddha es estudiarse a sí mismo…”. Como psicoanalista considero que el estudio profundo de nuestros patrones mentales y emocionales, de la tendencia encarnizada a repetir y cometer los mismos errores, de nuestra inercia y resistencia al cambio, de dinámicas muy arraigados que hemos aprendido desde la infancia, etc., etc., es en sí mismo el camino del Buddha, no algo aparte o sobrepuesto. Claro que no radica aquí el último destino, ya que, como señala también Dogen, estudiarse es con el fin de olvidarse, hacer a un lado esa “ficción del yo” que nos obstaculiza e impide abrirnos a la realidad inescrutable de todo lo que nos rodea. Mi deber es ayudarle a las personas a entender como pueden utilizar malogradamente su práctica para evadir sus problemas, repitiendo así de forma inadvertida justo aquello por lo cual vienen a encontrar alivio. Pongamos un ejemplo: el anhelo de perfección, de un mundo ideal, de una manera ideal de ser exenta de turbulencias. Este es un problema que aqueja a muchos de nosotros. Podemos creer que la práctica coloca como ideal un modelo de perfección parecido a éste, al cual tuvieramos que acceder —y emular— para ser “buenos” meditadores; alcanzar la así llamada “perfección de los buddhas”. Debemos ser practicantes perfectos, sólo para terminar repitiendo las mismas fuentes de infortunio que nos han perseguido toda la vida: la desilusión, la frustración, la culpabilización y la autocondena. Para muchos de nosotros es mejor entender la práctica como una herramienta que nos ayuda a aceptar la imperfección de la vida, el asumirnos plenamente como humanos.
Un Buddha humano que puede llegar a inspirarnos
4. Como estudioso y practicante del buddhadharma, cuáles considera que son las principales aportaciones de este libro
Retomando lo que mencionaba en la pregunta anterior, creo que mi principal aportación como estudiante y practicante del buddhadharma es justamente rescatar a la figura del Buddha como un personaje humano, muy humano. Dedico una gran parte del libro a describir su vida, todas sus peripecias y aspiraciones, en terminos completamente humanos. A Siddhartha Gautama se le ha diosificado. El Buddha es como un Dios para muchas personas. Esto refleja una tendencia muy generalizada en nosotros que condensa nuestras ilusiones de deseo, de todo aquello que quisiéramos obtener para aliviar el dolor de la vida, el desamparo originario y la incertidumbre; habitar ese mundo perfecto donde ya no existiera el sufrimiento. Creamos dioses y gurúes, proyectamos en nuestros maestros estos anhelos y deseos. En "El cuenco vacío" intento “pinchar la burbuja”, por así decir; desmitificar todas estas idealizaciones. Así, nos encontramos con un Buddha humano que puede llegar a inspirarnos, donde verdaderamente podamos reconocernos a nosotros mismos en nuestro propio viaje espiritual, nuestra búsqueda, nuestros aciertos y desaciertos. A mí me gusta hablar de las ocasiones en que el Buddha se equivocó: al no dejar entrar a las mujeres a su comunidad de practicantes, por ejemplo. Afortunadamente, el Buddha recapacitó a insistencia de Mahaprajapati, su tía materna y persona que lo crió después de la muerte prematura de su madre. Tuvo esa flexibilidad, lo cual es admirable, pero en un primer momento sucumbió a los condicionamientos de su época. Es difícil encontrar apertura y flexibilidad en los caminos religiosos que la humanidad ha puesto en marcha cuando estos son presa del absolutismo. Caminos que tienen el objetivo de mostrarnos una mayor libertad se vuelven justamente dogmáticos y anquilosados. La contribución de este libro es cuestionar este tipo de fanatismos y fundamentalismos de los cuales somos cómplices, todos, debido a nuestro propio fanatismo consciente e inconsciente. Presento una aproximación a los caminos espirituales basada en la aceptación de la incertidumbre, la apertura radical, el asombro, el reconocimiento de la otredad y la inclusión, que para mí son fuerzas de vida y no de más y más muerte.
5. ¿Qué lo llevó a usted a estudiar el buddhadharma? ¿Fue primero el psicoanálisis o llegaron juntos?
Este recorrido está descrito en la Introducción de ”El cuenco vacío”: La mente-que-busca-el-camino. En mi vida primero llegó el psicoanálisis. Provengo de una familia donde hubo y hay muchos psicoanalistas; en mi caso, personas con mucho que sanar; judíos marcados por el exilio, la extranjería, la necesidad de darle un sentido al sufrimiento humano; una condición minoritaria y diaspórica, incluso marginal, acompañada de la capacidad de ser un observador dentro de la cultura dominante. “No somos dueños ni en nuestra propia casa”, enseñó Sigmund Freud a través del descubrimiento del inconsciente. Esto para mi no representó simplemente teoría, sino realidad consabida. Judaísmo secular bien y bonito, basado en los aportes de la ciencia y en una especie de escepticismo espinosiano, ese de los librespensadores. Así lo definiría. Al mismo tiempo, sin embargo, ni esto ni la práctica social y convencional de la religión judía satisfacieron los profundos anhelos espirituales que yo experimentaba. Con el tiempo descubrí el budismo zen a mi paso por la Universidad de California en Berkeley donde realicé mis estudios de licenciatura. Varios amigos me introdujeron al Centro Zen de San Francisco, uno de los centros zen más importantes de occidente fundado en la decada de los ´60 por el maestro japonés Suzuki Roshi. Ahí tuve el privilegio de conocer a las muchas personas que se convertirían después en mis maestros y maestras. A partir de entonces, mi vida quedó trastocada para siempre. Durante más de 30 años he practicado el psicoanálisis y durante más de 25 he sido practicante del buddhadharma. Así ocurrió. Así sucedió. También he tenido la suerte de poder reacercarme y revalorar mi judaísmo. No obstante, lo único que sé con certeza es que hasta la fecha sigo preguntándome quién soy. “¿De qué se trata esta vida?” En el zen afirmamos que la respuesta más honesta es decir “No sé…”, pero añadiendo: “nunca dejes de seguir buscando”. Yo en definitiva me siento bendecido por haber sido tocado por estos caminos de escucha profunda que de alguna manera tanto incomprensible como irremediable me han encontrado y transformado.
El valioso estudio del buddhadharma para la psicología
6. ¿Qué tan valiosos puede ser el estudio del buddhadharma para un estudioso de la psicología?
Increíblemente valioso. El buddhdharma, como he venido diciendo, se interesa en el tema del sufrimiento humano y en las causas de este sufrimiento. Curiosamente, tanto el budismo como la psicología contemporánea llegan a conclusiones bastante similares. Es una relación tóxica que establecemos con el deseo lo que nos enferma. Ser portadores de un deseo ansioso, insaciable, de siempre querer más y más y siempre otra cosa, es lo que nos vuelve locos y tan destructivos. Nos rigen patrones de pensamiento y sentimiento que determinan nuestras acciones. Le damos mucho peso a nuestros pensamientos, nuestras opiniones, nuestras creencias. Construímos un yo rígido que tiene como objetivo brindarnos una supuesta seguridad que termina siendo precaria e inexistente. Vivimos en lo que en las tradiciones ancestrales de sabiduría se conoce como una “mente pequeña”, estrecha, ligada a nuestras pulsiones egocéntricas, lo que acaba siendo una prisión para nosotros. Desde ahí nos juzgamos y juzgamos a los demás. Nos perdemos la oportunidad de maravillarnos con la danza incansable de la vida, de apreciar la magnificencia que nos rodea, de practicar la gratitud, de valorar a los demás en su diferencia, de abrirnos a lo incognoscible. Esta es la causa mayor de nuestro sufrimiento. Llámese Dios o naturaleza búdica, potencial no expresado o inconsciente creativo, pasamos por alto esa amplitud de la mente y damos por sentado el hecho enigmático de estar vivos; negamos la muerte y nuestra mortalidad y terminamos viviendo en un mundo prefabricado basado en el miedo, el odio y la envidia. Después nos preguntamos: “¿Cómo es que no me siento real; cómo es que no me siento vivo?” La vida se presenta y llega hacia nosotros con su “paquete completo”. No podemos quedarnos sólo con lo que nos gusta. Si eliminamos una parte eliminamos la otra. El buddhadharma nos enseña a abrirnos a la vida en su totalidad y la psicología propiamente entendida tiene el mismo propósito. Es lo único que puede hacernos sentir vivos de verdad.
En el mundo anglo-sajón el diálogo entre el budismo y el psicoanálisis ha sido mucho más estudiado y no existen tantos prejuicios
7. ¿Cómo es ser en México y en Xalapa un psicoanalista que estudia el buddhadharma?
Yo me formé en un instituto “clásico” de psicoanálisis. Hace 30 años se miraban con suspicacia y sospecha los intereses que uno como psicoanalista podía tener con respecto a otros “caminos del espíritu” que pudieran aliviar las penas del alma. Esto ha cambiando considerablemente en la actualidad debido a la gran cantidad de pacientes que llegan a nuestro consultorio con marcadas aspiraciones de descubrir y cultivar caminos como los que propone la meditación budista; pacientes que llegan no sólamente a resolver un conflicto o un problema en específico, sino que los acecha una generalizada sensación de abulia, de aburrimiento, de vacío, de falta de vitalidad y un adormecimiento emocional que es lo que predomina en sus vidas. Yo siempre consideré al psicoanálisis como un “camino espiritual”, una práctica que ha de contemplar los reclamos y necesidades de la psique; psique como alma, en su sentido original. Pero esta no es la visión que prevalece en los institutos de formación. Claro que habría que definir lo que queremos decir con “espiritualidad” y esto es algo que he intentado hacer en "El cuenco vacío”, una definición que sea asequible y “agradable” para el psicoanálisis. El estudio de pensadores como Michel Foucault y Pierre Hadot permite adentrarse en estas cuestiones y desde ahí entender a Freud y otros psicoanalistas de otra manera. No cabe duda que desarrollos como estos han favorecido un cambio de actitud. Por otro lado, el haberme mudado a Xalapa me dio la libertad de ampliar mis intereses sin sentirme perseguido o presionado por las autoridades eclesiásticas, perdón, quise decir psicoanalíticas, encargadas de sancionar quien puede ejercer o no como psiconalista dentro del gremio y que operan desde las grandes instituciones o “templos” de formación. Sin embargo, en México sigue siendo difícil. A mí varios colegas no me consideran psicoanalista debido a mis variados y diversos intereses, los cuales siguen percibiéndose de manera muy compartamentalizada. En el mundo anglo-sajón el diálogo entre el budismo y el psicoanálisis ha sido mucho más estudiado y no existen tantos prejuicios. En esos países es considerable el número de psiconalistas y psicoterapeutas que también practican la meditación budista a fondo. Pero, repito, me parece que las cosas están cambiando y espero que ”El cuenco vacío” sea una contribución en ese sentido.
8. ¿Qué le diría a una persona que se inicia en el estudio del buddhadharma entre las diferencias de la meditación de la tradición zen y la tradición tibetana?
Conozco muy poco de la tradición tibetana. Por lo que sé, el budismo tibetano ha desarrollado prácticas de meditación muy elaboradas. En el budismo zen todo es más simple. Sencillamente ponemos atención a la verdad de nuestras vidas momento a momento, nos abrimos a lo que está sucediendo sin expectativas, sin deseo de logro, sin rechazar y sin aferrarnos a nada. Somos minimalistas. Estudiamos la “mente pequeña” y nos abrimos a poder experimentar lo que llamamos la “Mente Grande”, la mente de Buddha, la mente del asombro. Esto es práctica tanto para principiantes como para avanzados. Es siempre la misma práctica. “¡Pon atención!”. Pon ahí, en lo que sea que esté sucediendo, tu mente-corazón. Cuida tu vida y cuida la vida de los demás. Has todo con atención amorosa. Es la práctica fundamental que enseñó el Buddha.
9. ¿Qué representa el estudio del buddhadharma para las personas que además practican una fe religiosa?
El buddhadharma puede ayudarnos a reconectar con nuestra religión o tradición de origen de una manera fresca, novedosa. Es lo que a mí me ocurrió con el judaísmo. A veces no podemos relacionarnos con la sabiduría de nuestras tradiciones porque las recibimos de manera convencional y dogmática, institucionalizada. El estudio de las enseñanzas del Buddha puede abrirnos a otras posibilidades. Siddhartha Gautama le instruyó a los Kalamas: “Nunca sigan ciegamente a alguien simplemente por que diga que tiene la verdad. Cuestionen todo. Siéntanlo en su propia persona, en su propia experiencia. Pónganlo a prueba. No sigan ninguna doctrina ciegamente ni tampoco a ninguna figura de autoridad”. La fe puede ser peligrosa, peligrosa si solo ofrece respuestas y no permite preguntas, peligrosa si coloca afuera de nosotros todo aquello que puede “salvarnos” o hacernos daño. Para el buddhadharma, es el trabajo con nosotros mismos lo que hace la diferencia, no el poder de un agente externo. La fe se entiende más como confianza, confianza en la capacidad que todos tenemos de transformarnos, de reconocer aquello que tenemos de bueno y de valioso, y no como creencia ciega. Confianza en nuestra naturaleza de Buddha.
10. Usted menciona desde el principio del libro su tradición familiar y práctica de la religión judía, ¿Qué representa el buddhadharma para una persona que viene de una familia judía y que en su vida actual está presente el buddhadharma y la fe judía?
Es cierto que en apariencia la religión judía y la budista no podrían ser más disímiles. Y esto debido a la franca interdicción en el judaísmo hacia todo tipo de edificación de ídolos. Sin embargo, no existe obligación alguna de pensar en el Buddha como un ídolo, por más que observemos a los dévotos de la práctica budista haciendo postraciones y colocando imágenes sobre un altar. Tanto el budismo como el judaísmo comparten un malestar inequívoco hacia todo tipo de idolatría; es decir, hacia todo intento de creer que podemos apresar, aprehender, poseer o concebir la verdad y la realidad de las cosas de una manera absoluta y definitiva. Torah quiere decir instrucción. Dharma quiere decir enseñanza. La Torah y el Dharma nos ayudan a vivir a través de reconocer cabalmente el lugar que hemos de ocupar los humanos en el gran orden de las cosas; a vivir con humildad y gratitud; a formularnos todo el tiempo la gran pregunta de lo que significa estar vivos y de qué es aquello que se espera de nosotros, nuestra responsabilidad con el prójimo, nuestro deber ético en el mundo, etc., etc., todo frente a la radical irrepresentabilidad de lo que nos trasciende pero que simultáneamente nos constituye, llamado vacuidad en el budismo y D-os en el judaísmo. No es una errata escribir así la palabra D-os. Es intencional, justamente para recordar que es imposible comprender completamente lo que queremos decir con esa palabra. Entonces, ¿cómo hemos de vivir los seres humanos con amor y justicia y sin reducirnos los unos a los otros y al mundo en general a cosas u objetos cuyo único propósito sería el de satisfacer nuestras necesidades egoístas? Esta es la gran interrogante. Estar hechos a imagen y semejanza de D-os quiere decir en el fondo que no somos más que proceso irrepresentable, flujo, singularidad, asombro, misterio, naturaleza búdica y que por tanto merecemos el más absoluto de los respetos, todos los seres vivientes. Los budistas responden a esta pregunta de una manera, los judíos de otra y supongo que los cristianos y musulmanes aún de otra. Necesitamos templetes inspiradores para tratarnos, para vivir en el mundo, para morir dignamente; pero no necesitamos ídolos. Así es que, con todas las diferencias que seguro existen, yo he encontrado ejemplos inspiradores tanto en la religión de mis antepasados como en la vida de mis más amados maestros budistas. Y como suele suceder y de ser irónico el destino —así lo describo ampliamente en El cuenco vacío— resulta que la mayoría de mis maestros budistas ¡han sido judíos!
11. Hay muchos intelectuales y famosos judíos que practican el buddhadharma. El historiador Yuval Noah Harari por mencioanar solo uno. Dedica su libro "Homo Deus" a su maestro S.N. Goenka "quien amorosamente me enseño cosas importantes. ¿Cómo puede la meditación y el buddhadharma potencializar, aumentar el conocimiento y los beneficios de quienes practican la fe judía?
Esta es una pregunta gigantesca e importantísima. Únicamente la puedo contestar de manera muy personal. Curiosamente fue a través de la práctica budista que yo redescubrí mi judaísmo, que en mí se despertó la sed de conocer mis orígenes y saber de donde vengo. Por ejemplo, la religión judía condena enérgicamente todo tipo de idolatría, la construcción de “falsos dioses”, y ahora puedo entender este fenómeno como la denuncia de esa “mente pequeña” que generalmente nos rige y que en el budismo se conoce como ego, la identidad separada a la cual rendimos culto, toda ficción o ilusión que veneramos como si fuera un fin en sí mismo. Edificamos identidades talladas en piedra que nos encapsulan y oscurecen —fijas, inmutables— y lo hacemos a través del miedo y de tantos otros engaños, de los tres venenos del odio, la avaricia y la ignorancia. Por otro lado, el budismo y la meditación budista me han ayudado a redescubrir y valorar los tesoros de la tradición judía. A la meditación sentada se le conoce en el zen como zazen, o sea, “sentarse”. Sentarse no remite exclusivamente a sentarse en meditación; es una actitud ante la vida. Quiere decir parar, detenerse, dejar de hacer lo que habitualmente hacemos, dejar de operar siempre en términos de metas y objetivos, logros y propósitos utilitarios: dejar de hacer para ser. Precisamente esta es la función del shabbat, el día de descanso en el judaísmo que recibimos como a una reina y en el que damos entrada a la vida contemplativa. El shabbat es aquello que nos sostiene y le da un sentido diferente a nuestra vida; si no fuera por él seríamos sencillamente ratas dándole vueltas al carrusel. Lo mismo pasa con el zazen, la práctica de sentarse que nos permite dejar de correr —de correr y correr— posisionándonos en una relación con la existencia basada en otra perspectiva, la del asombro, la gratitud, la reverencia y la sorpresa, sin la cual, moriríamos. Estos son dos claros ejemplos de como el buddhadharma me ha ayudado a apreciar mejor los tesoros de la tradición de la cual provengo.
12. Ocurre lo mismo con los católicos o los musulmanes ¿Por qué y cómo?
Estoy seguro de que sí. En el fondo, ese es el objetivo de toda búsqueda religiosa verdadera, re-ligar, colocarnos en una posición desde donde podamos reconocer y apreciar la grandeza y magnificiencia de la vida, de todo aquello que trasciende a nuestros pequeños y mezquinos intereses. La vida no es cualquier cosa. No podemos darla por sentada. Recordarlo es lo único que nos permite vivirla plenamente, significativamente, respetándonos y manifestando una buena voluntad hacia los demás, hacia todo lo que conforma esta creación incomprensible.
13. Usted realizó sus estudios en el extranjero, pero vive y realiza su práctica del psicoanálisis y del buddhadharma en México. ¿Su libro está destinado más al público interesado en la meditación y el buddhadharma de México, de habla castellana?
Como mencioné, en el mundo anglo-sajón, la confluencia entre el budismo, la psicoterapia y el psicoanálisis se viene ya estudiando desde hace mucho tiempo. En el mundo de habla hispana es un tema relativamente nuevo. Aunque existen excelentes traducciones de textos en inglés, hay pocas aportaciones originales en castellano y en este sentido espero que "El cuenco vacío" constituya una de ellas. El libro está destinado principalmente a personas practicantes de la meditación budista y estudiosos del buddhadharma que cuentan a su vez con un interés profundo por la psicoterapia y el psicoanálisis. No obstante, yo sinceramente espero que estas ideas puedan llegarle también a psicoterapeutas, sobre todo dentro del gremio psicoanalítico, deseosos de conocer más acerca de la meditación budista y las enseñanzas del buddhadharma y que se vaya gestando un interés cada vez más fértil en torno a la relación entre el psicoanálisis y otros caminos del espíritu.
Nunca ha sido mayor el interés por la meditación que en esté momento, budista o no budista. En estos esfuerzos de autotransformación y autoconocimiento
14. El desarrollo espiritual y el desarrollo humano desde el buddhadharma y desde el psicoanálisis... ¿cómo está en la humanidad ya transcurrido casi un cuarto del siglo XXI?