La sede alterna del Congreso de Puebla, llamada el Mesón del Cristo, alberga en sus paredes varias leyendas que en su mayoría te pondrán los pelos de punta, pues siempre ha tenido fama de tener eventos  paranormales, ruidos extraños y hasta apariciones.

Historia del Mesón del Cristo

Según el historiador Cerón Zapata (1714),  en el siglo XVI todos los mesones de la ciudad se hallaban en calle de la salida a Veracruz, que en 1584 fue bautizada como calle de Mesones y hoy conocemos como avenida 8 Oriente.

De acuerdo con el historiador, la calle se llamó así por los establecimientos de hospedajes que había en esa época.

El primer mesón del siglo XVI del que se conoce su ubicación exacta, fue el llamado Mesón del Cristo, este sitio sobrevivió con distintos nombres casi cuatrocientos años.

Según el historiador  Hugo Leicht, quien de 1929 a 1934 se dedicó a investigar las calles de Puebla, durante los cientos de años que tiene de antigüedad , ha tenido varios usos, fue convento, después hospital , volvió a ser mesón ,  vecindad, inclusive fue casa, habitación de una familia de apellido Rodríguez, que murió de una extraña enfermedad.

Por último, fue adquirida por el Profesor Jorge Murad Macluf  para ser parte del gobierno estatal, albergando alguna de sus oficinas.

Actualmente es sede del Congreso de Puebla.

La leyenda del Mesón del Cristo

Cuenta la leyenda que cuando se estaba fundando la ciudad de Puebla, en lo que es hoy la zona de El Alto, en 1536 existía un mesón que tenía buena fama, pues era el favorito de muchos viajeros.

Era tal la demanda de los viajeros que el dueño, el Señor Don Juan Larios, mandó a agrandar los corrales. Cuando hacían las excavaciones, uno de los  albañiles se encontró dos  cadáveres, se dijo que se trataba de una pareja de españoles, conformada por un hombre y una mujer.

Asustados, corrieron a avisarle al Señor Larios, el dueño del mesón, quien apesadumbrado comentó que los cadáveres correspondían a su hija Doña María a quien reconoció por el hermoso crucifijo de plata que llevaba al cuello, que le había regalado de Fray Toribio de Benavente (Motolinia), y el hombre que estaba a su lado era  Don Fernando de Aguilar, un joven que apenas había llegado de España en busca de aventuras.

Don Juan les contó que después de discutir con su hija por la relación, que él no aprobaba, desaparecieron misteriosamente y él creía que andaban por la ciudad de México o en España disfrutando de su amor.

Pues bien, los crímenes quedaban en la impunidad, nada ni nadie sabía quién había sido el autor de los asesinatos, pero cuando estaba a punto de perder las esperanzas llegó un indígena que, con torpe castellano, narró la historia de los acontecimientos.

Dijo que cuando Don Fernando había llegado al Mesón tres años atrás y se enteró de que todas las noches se aparecía un espectro y después de rondarlo caminaba hacia el bosque, el joven aventurero y valiente consideró esto como un reto y en lugar de retroceder se apresuró para que en la próxima noche se dispusiera a esclarecer los hechos y así sucedió.

Detrás de unas enormes vigas de la escalera de servicio esperó al fantasma y éste puntual llegó, lentamente caminaba , se dirigieron al bosque, hasta que llegaron a una cueva y la figura se introdujo. Don Fernando se armó con la daga que llevaba al cinto y también entró, caminaba totalmente a oscuras hasta que llegó a una pequeña explanada que se iluminaba por un rayo de luz lunar y observó algo que lo dejó atónito.

El espectro se empezó a despojar de su manto blanco y apareció una hermosa mujer nativa de belleza inaudita, Don Fernando, que tenía minutos de presenciar la escena y ardiente por la belleza escultural de la indígena se descubrió ante ella misma que, con habilidad extraordinaria, tomó un puñal y se le fue encima al

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