Hoy la zona de Angelópolis y los desarrollos comerciales e inmobiliarios que hay en su entorno se han convertido en un referente sobre la vida de los ricos en Puebla, sin embargo, no siempre fue así.
De hecho, ese distrito comercial y financiero apenas cumplirá en el 2029 sus primeros 30 años de historia formal.
Hasta antes de eso, varias colonias de Puebla se caracterizaron por albergar lo que en su momento fueron zonas de lujo.
De ellas han dado cuenta diferentes aficionados a la historia, pero destacan los recuentos que en su programa radiofónico Balcones realizó el periodista José Luis Ibarra Mazari, quien falleció en 2004.
Amante de la historia de Puebla dedicó varios programas a contar cómo nacieron las zonas habitacionales de la ciudad trazada por los ángeles.
En sus recuentos que se grabaron para siempre en clips y que viajan por internet, dejó ver en dónde estuvo alguna vez el lujo de los poblanos más afortunados.
El locutor narró, por ejemplo, que en el Fraccionamiento San Francisco, que se ubica en el nororiente del primer cuadro de la ciudad, se edificaron casas parecidas a pasteles de quinceañera, pues tenían varios pisos y muchos contenidos en su diseño.
También en la primera mitad del siglo destacan otras colonias como la Humboldt que, como el nombre histórico lo refiere, albergó a familias alemanas.
Cerca de ahí se construyó también la colonia América que comparte algunas características en el diseño de las grandes viviendas.
Sin embargo, para el periodista, una de las colonias que tuvo una historia interesante en cuanto a albergar a familias adineradas en los treintas fue la Santa María, que también está al nororiente, aunque afuera del primer cuadro.
De ella, recordó que con los años cayó en decadencia, pues varios de sus inmuebles acabaron convertidos en quintas con características de vecindades y algunas de hecho sobreviven hasta hoy.
Otras colonias donde también destacó la mudanza de las familias que tenían dinero incluyen a Chulavista, La Paz, la Anzures y las que posteriormente se fundaron en el cerro de Loreto y Guadalupe, que además tenían una vista privilegiada de la ciudad.