La mañana del lunes, Concepción Hernández y Miguel Camacho despertaron muy emocionados para recibir su vacuna contra el Covid-19. Un día antes prepararon sus documentos, así que se alistaron, tomaron rápidamente un café con pan y llegaron con media hora de anticipación a la cita agendada vía electrónica para evitar contratiempos.
Después de sortear el intenso tráfico en la zona, arribaron a las 10:45 a Ciudad Universitaria. Su cita era a las 11:30. A esas horas, había cuatro filas más o menos organizadas. Una, conformada por las personas que tenían cita a las 10:40. La segunda, con quienes lograron un lugar para las 11:30; otra más, de las 12:20 y la última de las 13: 10 horas.
Pero el caos comenzó minutos antes de las 11 de la mañana cuando, al ver la cantidad de personas formadas sin ningún protocolo sanitario, los organizadores comenzaron a brindar acceso a todos sin importar la hora de la cita.
Aparecieron entonces los reclamos en las puertas y las súplicas para que, por lo menos, dieran preferencia a quienes tenían alguna discapacidad o una enfermedad. Pero no todos tuvieron ese privilegio. Don Miguel Camacho, convaleciente de una reciente operación de la vesícula, tuvo que soportar parado durante casi cuatro horas.
“Le dije a un chico que hacía unos meses me habían operado de la vesícula y me dijo que no le importaba, que tenía que esperar”, comentó.
En medio de esta desorganización, el matrimonio Camacho Hernández logró ser vacunado casi cinco horas después. Salieron cansados, estresados y hambrientos, pues sólo pudieron salirse de la fila unos minutos para ir a tomar algo a una tienda cercana mientras una señora les apartaba el lugar.
“Pésima organización”, dijo molesto Don Miguel.
Mientras el tiempo transcurría, los adultos mayores buscaban sombra, se sentaban en banquetas, compraron paraguas, los más afortunados encargaron banquitos y sillas a sus familiares, veían su reloj, estiraban los pies y alzaban continuamente la mirada buscando si su fila tenía algún comienzo o un final.
Rafael Hernández, de 67 años de edad, coincidió. “Muy mala (la organización) porque a mí me dieron fichita de 11:30. Llegué a las 11 porque decían que llegáramos antes y mire a la hora que estamos saliendo (3:35 pm). Estuvimos formados en la fila de las 11:30 y estuvieron entrando los de las 12:30, de la 1:30, y a nosotros nos tuvieron formados con el sol. Vea la hora que es y apenas estamos saliendo. No tuvo caso que nos dieran cita si hacían lo que se les pegaba la gana. Y si uno les decía a las personas que estaban ahí se reían… si su familia estuviera ahí formada ellos iban a sentir lo que yo siento”.
Confió que esta vez habría una mejor organización. “Pensábamos que ya iba a ser diferente porque ya tienen experiencia, pero creo que cada vez está peor esto”, comentó el señor Rafael, mientras los vendedores ambulantes iban y venían entre las filas ofreciendo agua, refrescos, tortas, paraguas y caretas y, el personal de Protección Civil del estado y del municipio miraba el caos.
Alberto Sánchez también salió vacunado, pero fastidiado. “Estuve como tres horas bajo el sol. Está muy descontrolado esto porque es mucho tiempo. Desde las 12 y 20 que nos tocaba y hasta las 4 de la tarde pasé”.
Una vez que lograban pasar el primer filtro de cuatro horas, los adultos mayores hicieron una nueva fila al interior de Ciudad Universitaria, dependiendo de la sede que les correspondía, de las cuatro que fueron habilitadas. Ahí, permanecían alrededor de media hora para ingresar al auditorio donde se les aplicó la primera dosis de la vacuna china SinoVac.
En el interior del auditorio todo fluía de mejor manera. Los adultos mayores estuvieron sentados, entregaron su documentación y, sin moverse de sus lugares, eran vacunados por varias brigadas que recorrían el lugar, acompañados por elementos de la Guardia Nacional. Una vez inmunizados, se quedaron alrededor de 20 ó 30 minutos en observación.
Al salir, los adultos mayores recibían los aplausos del personal que custodiaba las instalaciones. Quizá por tener la primera dosis de su vacuna o por haber soportado tanto tiempo la desorganización. Finalmente, lo habían logrado.
El personal encargado de la logística también se exasperó. “No puedo organizar tanta gente y menos cuando se están metiendo. Ahorita por favor, váyanse a sus lugares. Tengo que acomodar eso”, les gritaba un orientador a las personas que los rodeaban continuamente para exigir orden.
Mientras más pasaban las horas, el caos y el malestar de las personas empeoró. En la desesperación, varios grupos de personas tomaron la iniciativa de organizarse por sí mismas y formar sus propias filas, pues la noche los sorprendió agotados y afligidos.
“Esperemos que para la segunda dosis no vaya a ser lo mismo”, suplicó el señor Rafael Hernández.