Uno de los barrios fundacionales de la ciudad de Puebla es el Barrio de la Luz, reconocido por sus talleres de alfarería que, con poco más de 400 años de historia, se niegan a morir.
Este barrio comprende el cuadrante desde el Bulevar 5 de Mayo hasta la calle 18 Sur, y de la calle Juan de Palafox y Mendoza a la calle 6 Oriente.
El ir y venir que siglos atrás hubo por las familias de alfareros, compradores, vendedores y demás, se apagó poco a poco y hoy la calle Juan de Palafox y Mendoza luce triste, apagada y con unas cuantas ollas de barro colocadas en las banquetas, como señal que ahí existe un taller.
Genaro López García es de los pocos artesanos que, tras heredar el oficio de su bisabuelo, mantiene sus puertas abiertas en la casa marcada con el número 1403 de la calle Juan de Palafox y Mendoza.
Junto con otros vecinos, como la familia Rodríguez Pérez, González Rojas y López Torres, desde hace años se organizan para encontrar la manera de volver a florecer el oficio de la alfarería.
Antes era común observar sobre las banquetas las pilas de ollas de barro para la elaboración de piñatas, decenas de enormes ollas para preparar el mole poblano, cientos de sahumerios para las fiestas de Día de Muertos.
Hoy, esas estampas quedaron en el olvido y solo se observan unas cuantas piezas de ollas para el café, algunas cazuelas o salseras, o platos.
Es más común encontrar piezas pequeñas como recuerdos para despedidas de solteras, vasos y jarros de barro o algunos cuantos sahumerios, hasta cráneos de 20 centímetros que sirven como moldes para hacer calaveras de azúcar y chocolate para las ofrendas de muertos.
Los alfareros sobreviven por la compra que hacen los vecinos y algunos comercios locales, como el restaurante de comida poblana La Chiquita, que para servir sus platillos a los comensales, le encarga a los alfareros de La Luz los platos de barro o las cazuelas para servir las chalupas y enviar a domicilio.
También se tienen que enfrentar a la competencia de otros estados, quienes han introducido sus piezas a mercados municipales y que la gente compra pensando que son hechos en Puebla.
López García, como ejemplo, explicó que las ollas, cazuelas y jarros de Puebla se distinguen porque su diseño parece que están “llorando” o escurridas, mientras que las piezas que hacen los artesanos de Michoacán se distinguen por sus decoraciones con pequeñas flores blancas o amarillas como margaritas.
A esta situación se suma la desinformación de los compradores, luego que sexenios atrás las autoridades federales prohibieron la compra de estos artículos porque el esmaltado contenía plomo, un metal perjudicial para la salud, pero la alfarería poblana cumple con la Norma Oficial Mexicana.
La pandemia por Covid-19 también fue un factor fundamental para mermar la economía de los alfareros del barrio de La Luz, quienes en promedio obtienen 200 pesos diarios por la venta de sus productos sobre la calle principal.
Con la reactivación de la economía en la ciudad, esperan retomar su presencia en diversos eventos como ferias, exposiciones y convenios con otros comercios como el sector restaurantero.
El taller de Genaro López García también es la sede del Centro Alfarero del Barrio de la Luz, el cual se integra por 15 cabezas de familia, de las 25 que eran cuando se formaron hace poco más de 10 años.
En este sitio ofrecen cursos y talleres para las nuevas generaciones, con el propósito de heredar este oficio y para que sea una oferta turística, donde los visitantes conozcan el proceso que se lleva para realizar una pieza de barro de inicio a fin, y con ello darle valor a este oficio que se resiste a morir.
Enseñan desde la preparación del barro para formar una pasta, pasar por el torno, realizar el modelado, proceso de secado, primer horneado (de leña o gas), esmaltar la pieza, y finalmente nuevamente hornear.